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Como el manzano entre los árboles del bosque, así mi amado entre los mozos. A su sombra tan deseada estoy sentada, y su fruto me es dulce al paladar.

El manzano se destaca de los restantes árboles del bosque, es único por sus frutos. De los restantes árboles no se dice nada, si dan frutos más modestos o incluso incomibles. Solo importa el fruto del novio, su amor absolutamente distinto. Solo él puede ser así, nada importa cómo es el resto. Siendo tan único, él da frutos y sombra, a los que ella está muy predispuesta. Su unicidad perfecta no lo proscribe a la soledad, sino que lo invita a relacionarse con la novia.

Pertenece al Antiguo Testamento el hecho de que la novia alaba y de inmediato pasa a la recompensa y al deleite, a lo que ella allí obtiene. Aun cuando diga que él se destaca entre los árboles, a la vez se coloca a sí misma de inmediato en esa posición especial. El mérito le sigue los pasos a la gracia. Él tiene la gracia de ser como es y, por ser la novia, ella puede atribuirse como mérito el hecho de tenerlo, de sentarse a su sombra y de saborear su fruto. No abre el acceso a él para todos, sino para sí. Ya que él es tan bello, ella no considera en este instante o que podría darle como agradecimiento por su belleza de esposo, sino lo que ella misma gana con ello.