5, 9
«¿Qué distingue a tu amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿Qué distingue a tu amado de los otros, para que así nos conjures?».
Las hijas de Jerusalén conocen el amor y conocen al amado. Pero no conocen la exclusividad del amor. Estiman que un varón puede ser reemplazado por otro. Claro está, en el amor es importante llegar a una unión, pero es efímera, puede cambiar tan a menudo como se quiera. Ellas se interesan por este amado porque les parece increíble que por un amado perdido pueda hacerse tal historia.
Si se trata de la relación entre el Señor y la Iglesia, esas hijas de Jerusalén son evidentemente aquellos a los que tal relación les es desconocida e incomprensible; ellos saben que en la visión cristiana existe una tal representación y una posición espiritual, todo un sistema que lleva el nombre de «fe», pero les parece un hobby entre muchos otros. El carácter singular les resulta incomprensible en este contexto: ¿qué ventaja tiene esta relación de la Iglesia con el Señor frente a otras cosmovisiones?