6, 2-3
Mi amado bajó a su huerto, a las eras de balsameras, a apacentar en los huertos y recoger lirios. Yo pertenezco a mi amado, y mi amado me pertenece: él pastorea entre los lirios.
Ella sabe ahora donde se halla el amado. Ahora, en el momento en que le preguntan. Cuando ella aún no había sido consultada, le buscaba. Ahora que le preguntan, puede indicarles la dirección. Él está en el lugar al que pertenece, ha ido a su huerto para recrearse, para recoger lirios, para entregarse a la pureza. Y tan pronto ella puede describir el lugar donde él se halla, viene el grito de alegría: ¡Yo pertenezco a mi amado, y mi amado me pertenece! En ella ya no existe duda alguna. Y, por último, él es pastor en un campo de lirios, donde solo existe la pureza. Ha cesado la incertidumbre que ella tenía cuando durmiendo percibió con corazón vigilante el golpear a su puerta. Ahora debe informar, e informa por completo. Ella no solo conoce el lugar donde él está, sino también lo que hace: que vive en pureza y que está rodeado de pureza.
Si la novia es la Iglesia, entonces para ella, rodeada de tantas inseguridades, ya no existen vacilaciones en el momento en que se le presenta su misión, la misión de ocuparse de las cuestiones centrales que conciernen al ser del Señor. Hacia afuera, ella tiene una respuesta. Y al responder, le cede todo su poder y gloria al Señor. Sabe que solo Él es puro. Si la pregunta viene de afuera, entonces debe remitir al Señor antes que a sí misma. No necesita, en modo alguno, contar que ha dudado, pecado, caído fuera de la gracia. Debe solo indicar la pureza luminosa del Señor y saber decir con seguridad que Él está donde Él es pastor y cumple su tarea: en el lugar más puro. En este momento ella puede anunciar: Él es mío y yo suya.