7, 2-6

¡Qué hermosos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Las curvas de tus caderas son collares, modeladas por manos de artista. Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino aromático. Tu vientre una parva de trigo, orlado con lirios. Tus dos pechos como dos crías mellizas de gacela. Tu cuello como torre de marfil. Tus ojos, las piscinas de Ješbón, junto a la puerta de Bat Rabbim. Tu nariz, como la torre del Líbano, centinela que mira a Damasco. Tu cabeza, cima como el Carmelo, y tu melena como la púrpura. Un rey está preso en el caracoleo de tus cabellos.

Una nueva descripción de la novia que esta vez comienza por abajo. Los pies son bellos en las sandalias; cuerpo y vestido forman una unidad. En realidad, ella camina con más facilidad descalza que con sandalias. Así comienza una alabanza que no solo se refiere a ella, sino también a lo que ella lleva.

Luego se describe el cuerpo desnudo; la anterior discreción da lugar aquí a una especie de naturalidad de la posesión. Ha tenido lugar entretanto una separación; el novio la trata ahora más como mujer que como prometida. Él insiste casi más en lo que él posee que en lo que puede dar. La experiencia, que antes se notaba más en ella, aparece ahora más fuerte en él, como si quisiera unir a la novia con más fuerza a su propia experiencia, pues ella ha provocado su enojo. Él la ha perdonado completamente, pero ya no quisiera dejar lugar a ninguno de sus caprichos.

Caderas, ombligo y vientre son alabados; nuncafalta el vino aromático. Él desea que ella esté siempre dispuesta a acogerlo. Su disponibilidad debe ser más fuerte que sus humores. También allí se refleja la caída anterior. Los pechos dos crías mellizas de gacela. De nuevo una referencia a la fecundidad, a la que ciertamente ya ha aludido el vino aromático y el ánfora redonda que recibirá al niño.

Luego el cuello y el rostro. Él se comporta como un posesor, para quien el cuerpo que le pertenece se ha convertido en la cosa principal, que lentamente descubre lo que aún es parte de él y que en el momento de la unión no le había hecho ninguna impresión especial.

Antes la cortejó, logró conquistarla, y pasó de lo que era visible a lo escondido. Ahora el camino es inverso, como si él renunciara a solicitarle su mano, pues ella lo ha desairado mientras la cortejaba y le pedía su mano.

Si la Iglesia cometió una falta frente al Señor y Él la ha perdonado, entonces ella no vuelve a recibir la misma libertad que antes poseía. Él ya no querrá granjearse su favor paso a paso. Ahora pone el acento sobre los sacramentos, exige en primer lugar la adhesión total e incondicionada, con una insistencia tal que todo el resto parece desplazarse a un segundo plano. Como si fuera el seno de la Iglesia, su pelvis, lo único, lo esencial. Le deja a la Iglesia su belleza habitual, incluso sus formas de devoción particulares, pero solo después de haberse asegurado, expresamente, que el vino aromático siempre está presente, que ella siempre está dispuesta a serle perfectamente obediente y a esperarle. Naturalmente, Él quería esa totalidad desde el principio. Pero antes, cuando la describía de arriba hacia abajo, dejó que fuera ella la que le viniese al encuentro.