CAPÍTULO VI: Dónde se encuentra el primer día del siglo

En cuanto a la cuestión de cuál es el primer día del siglo, algunos han propuesto el VIII de las Calendas de abril, mientras que otros han considerado más apropiado señalar el XII de las mismas Calendas, ambos basándose en el argumento del equinoccio. Creen que es razonable que, dado que Dios dividió la luz y las tinieblas en partes iguales al principio, el inicio del mundo debería coincidir con el lugar donde se cree que ocurre el equinoccio. Aunque investigan bien, no prevén completamente lo que dicen, y actuarían con mucho más acierto si asignaran el tiempo del equinoccio no al primer día en que se hizo la luz, sino al cuarto día en que se hicieron los luminarios. Pues allí estableció el inicio del tiempo quien, al crear los luminarios, dijo: "Que sean para señales, y para tiempos, y para días, y para años". Los tres días precedentes, como todos han visto, carecían de dimensiones horarias, ya que aún no se habían creado los astros, y la luz y las tinieblas se equilibraban en igual medida. Y fue en la mañana del cuarto día cuando el sol, saliendo del medio del Oriente, comenzó el equinoccio que se mantendría anualmente, situado en el lugar del cielo que los filósofos llaman la cuarta parte de Aries, y que, tras completar su circuito anual, volvería a ese punto después de 365 días y seis horas. Este argumento del cuadrante hace que el punto del equinoccio vernal ocurra a veces por la mañana, a veces al mediodía, a veces por la tarde, y a veces a medianoche, mientras que la luna, por el contrario, está llena por la tarde. Pues el Creador, sumamente justo, no instituyó nada imperfecto; las estrellas brillan juntas, y apareciendo en el medio del Oriente, ocupó la cuarta parte de Libra, donde se afirma que ocurre el equinoccio otoñal, y consagró el inicio de la Pascua con su salida. No hay otra regla para observar la Pascua que completar el equinoccio vernal con la luna llena; pero si la plenitud de la luna precede al equinoccio incluso por un solo día, ya no se considera la luna del primer mes, sino del último. Es necesario que, así como entonces el sol primero recibió el poder del día, y luego la luna con las estrellas el poder de la noche, así ahora, para insinuar el gozo de nuestra redención, primero el día iguale a la noche en longitud, y luego la luna llena la inunde de luz, por una razón de cierto misterio, ya que aquel sol creado, iluminador de todos los astros, significa la luz eterna y verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. La luna y las estrellas, que no brillan con luz propia, sino con luz prestada y reflejada del sol, representan el cuerpo de la Iglesia y a cada uno de los santos, quienes, capaces de ser iluminados pero no de iluminar, saben recibir el don de la gracia celestial pero no darlo. En la celebración de la máxima solemnidad, Cristo debía ser antepuesto a la Iglesia, que no podría brillar sino a través de Él. Pues si alguien sostiene que la luna llena pascual puede ocurrir antes del equinoccio, que demuestre que la Iglesia santa existió perfecta antes de que el Salvador viniera en carne, o que cualquiera de los fieles podría tener algo de la luz celestial antes de la llegada de su gracia. No sin razón, la observancia del tiempo pascual, que debía figurar y venir para la salvación del mundo, fue divinamente dispuesta de tal manera que no comenzara ni el primer día en que se hizo la luz, ni el segundo en que se hizo el firmamento, ni el tercero en que apareció la tierra seca, ni al inicio del cuarto cuando el sol equinoccial salió como un esposo de su tálamo, sino al atardecer, cuando la luna comenzó a salir. Se esperó la hora que designaría la iluminación de la Iglesia que vendría en Cristo. Así como en el misterio del sacrificio celestial no se permite ofrecer solo vino ni solo agua, para que la ofrenda no convenga solo a Dios o solo al hombre, sino que mezclamos el agua de nuestra fragilidad con la sangre exprimida del lagar de la cruz, y mezclamos el grano de trigo triturado en el molino de la pasión con agua, para que, como dice el Apóstol, "Adheridos al Señor, podamos llegar a ser un solo espíritu con Él". Así también, al observar el tiempo de este sacrificio, no busquemos solo el curso del sol, como si creyéramos en Dios pero lo consideráramos elevado más allá de nuestro cuidado, como aquellos que dicen: "Las nubes son su escondite; no considera nuestras cosas, y camina alrededor de los polos del cielo". Ni tampoco busquemos solo la salida plena de la luna, como si, según los pelagianos, no pudiéramos ser bienaventurados sin la gracia celestial, sino que, según aquel que dijo: "Dios mío, su misericordia me precederá", dediquemos en nuestra celebración de la Pascua la salida equinoccial del sol, que vence todos los obstáculos de las tinieblas, seguida inmediatamente por la luna llena de nuestra devoción. Esta razón de la Pascua mosaica se perfeccionó en el día de la propia resurrección, quien no vino a abolir la ley, sino a cumplirla. De cada uno de estos temas, en su lugar correspondiente, expondremos más adelante, según el Señor nos lo conceda, contentándonos ahora con advertir que el día XII de las Calendas de abril es el encuentro del equinoccio, y tres días antes, es decir, el XV de las mismas Calendas, debe señalarse como el primer día del siglo, cuyo indicio creo que los antiguos quisieron fijar allí como el inicio del círculo del zodiaco. Pues en ese día no comienza ni el mes ni el año de los romanos, ni de los griegos, ni ciertamente de los egipcios, por ninguna causa, ni tampoco por estas naciones, aunque los griegos se jacten de ello, sino que la astrología comenzó con los caldeos más antiguos, de quienes el patriarca Abraham, como testifica Josefo, fue instruido, y al conocer a Dios a través de la conversión de los cielos y las estrellas, llevó esta disciplina más verdaderamente entendida al pueblo egipcio cuando estuvo exiliado entre ellos. Pues también en el libro del bienaventurado Job, que existió no mucho después de Abraham, leemos sobre "mazaroth", es decir, las señales del horóscopo. Por lo tanto, según la división del zodiaco, el día XV de las Calendas de abril, cuando se hizo la luz, el sol entra en el signo de Aries. Según el orden de su primera condición, el día XII de las Calendas mencionadas, levanta el inicio de su circuito y la cabeza de todos los tiempos juntos, según lo que Anatolio, obispo de Laodicea, escribiendo sobre el equinoccio, afirma claramente: "En el día en que, dice, se encuentra que el sol no solo ha ascendido a la primera parte del zodiaco, sino que ya tiene un cuadrante en ese día, es decir, en la primera de las doce partes. Esta primera parte de las doce es el equinoccio vernal, y es el inicio de los meses, y la cabeza del círculo, y la conclusión del curso de las estrellas, que se llaman planetas, es decir, errantes, y el fin de la duodécima parte, y el término de todo el círculo". Allí entendió muy verdaderamente y expresó elegantemente que no hay cabeza del zodiaco, en cuanto a la naturaleza, sino en el equinoccio vernal, y que allí las doce señales, que se llaman partes, tienen su inicio y su fin, allí comienza y termina el cuadrante, que llamamos bisiesto, allí comienza y termina el salto de la luna, allí el gran año, es decir, el curso de los planetas, tiene su inicio y su fin.