CAPÍTULO XXXIV: Sobre los cinco círculos del mundo y el movimiento subterráneo de los astros

Dado que al hablar de los tiempos hemos tenido que recordar en varias ocasiones el círculo o la zona equinoccial, solsticial o brumal, pensamos que sería apropiado hablar de ellos con un poco más de amplitud. Los filósofos suelen distinguir las desigualdades de los tiempos o de los recorridos anuales del sol con estos términos, de modo que llaman zona o círculo equinoccial a aquella región del cielo por donde el sol pasa durante los equinoccios; solsticial, por donde pasa durante el solsticio; y brumal, por donde acostumbra a rodear el mundo en invierno. Los círculos o zonas se llaman así porque se forman por el circuito del sol, de los cuales el equinoccial, que es la zona media, se extiende con igual espacio sobre y bajo la tierra, mientras que el solsticial, con tan poco espacio bajo la tierra como el brumal, actúa sobre la tierra. Asimismo, el brumal, que es estrecho sobre la tierra, tiene tanta amplitud de circuito bajo la tierra como el solsticial sobre la tierra, porque ciertamente el sol en el equinoccio recorre tanto espacio de noche bajo la tierra como de día sobre la tierra, con tanta diferencia oculto en las partes boreales como visible desviando su camino hacia el sur. Además, en el invierno se extiende bajo la tierra tanto como en el solsticio se desliza sobre la tierra con un largo y amplio giro. De manera similar, en el verano, es decir, en el solsticio, recorriendo el círculo, hace un recorrido tan breve bajo las regiones septentrionales de la tierra de noche como un breve ascenso sobre sus regiones meridionales en los días invernales. Pues así como cualquier noche del año tiene la longitud que tuvo seis meses antes y que tendrá el día seis meses después, así cada noche el sol recorre bajo la tierra tanto como recorrió seis meses antes y recorrerá seis meses después sobre la tierra; y tanto ahora de noche hacia el norte, como entonces de día girando hacia el sur. Pero también todas las estrellas, al completar el curso de seis meses, recorren de día aquella región del cielo que antes recorrían de noche, repitiendo el mismo tiempo de meses, realizan sus vigilias nocturnas habituales, cada una tanto más amplia bajo la tierra cuanto más estrecha sobre ella, y también tanto más breve bajo cuanto más prolongado sobre la tierra realizan su curso.

De ahí que en un año solar, Arcturus, Orión y el perro, así como el círculo lechoso y el resto del ejército celestial, una vez más rodean el orbe terrestre más que el propio sol. Fuera de estos tres círculos del sol, colocan dos círculos en ambos lados, el Septentrional y el Austral: de los cuales el Septentrional, siempre visible a nuestros ojos, no es hecho por el sol, sino por el circuito de Arcturus y las estrellas que están alrededor de él; y porque carece de la proximidad del sol, no deja de ser frío. Similar a él es el Austral, también helado por la lejanía del sol y siempre oculto a nosotros por la obstrucción de la tierra.

De ambos se dice en la alabanza a Dios: "Qui facit Arcturum et Oriona, et Hyadas, et interiora Austri" (Quien hace a Arcturus y a Orión, y a las Híades, y las partes interiores del sur). Y en otro lugar: "Qui extendit Aquilonem super vacuum" (Quien extiende el norte sobre el vacío). El poeta también recuerda esto: "Quinque tenent coelum zonae, quarum una corusco semper sole rubens, et torrida semper ab igni" (Cinco zonas sostienen el cielo, de las cuales una siempre resplandece con el sol brillante, y siempre está ardiente por el fuego).

Igual es la línea ecuatorial, que porque siempre el sol o está presente, o cercano de un lado u otro, ilumina, ciertamente las tierras subyacentes son quemadas por las llamas y calcinadas, y de cerca son abrasadas por el vapor. Alrededor de ella, en los extremos a la derecha y a la izquierda, se encuentran congeladas por el hielo azul y por las lluvias oscuras.

Llama Septentrional y Austral a aquellas regiones bajo las cuales todo, debido a la ausencia del sol y de los astros más benignos, está oprimido por un frío y una helada perpetuos, como lo demuestra el mismo mar congelado, que se encuentra al norte, a un día de navegación desde la isla de Tule. Entre estas y la zona central, dos regiones han sido concedidas a los mortales afligidos como un don de los dioses.

Estas son las zonas solsticial y brumosa, que, situadas en los extremos, están moderadas por una mezcla de calor y frío; por ello, dicen que ambas son habitables, es decir, aptas para la habitación humana, y que no rechazan el acceso de los mortales ni por la ferocidad del frío ni por la intensidad del calor, aunque solo pueden probar que una de ellas está efectivamente habitada. Pues no se debe en absoluto conceder crédito a las fábulas sobre los antípodas, ni ningún historiador ha relatado haber visto, oído o leído acerca de alguien que haya atravesado el sol invernal en dirección meridional, dejando el astro a sus espaldas, y que, tras haber pasado los calores abrasadores de los etíopes, haya encontrado más allá de ellos regiones templadas tanto por el calor como por el frío y habitadas por los mortales.

En efecto, el más perspicaz de los estudiosos de la naturaleza, Plinio Segundo, quien no niega que la Tierra, aunque tenga la forma de un piñón de pino, pueda estar habitada en todas partes, observa lo que escribe sobre estas zonas: «Alrededor de la Tierra, dice, solo dos zonas entre la abrasada y las gélidas son templadas, pero ni siquiera ellas son transitables entre sí debido al ardor del astro. Quienes buscan un ejemplo sencillo de estas zonas pueden observar cómo aquellos que padecen el intenso frío del invierno se calientan junto a un fuego alargado en forma de esquema, donde la llama actúa como la zona central ardiente, mientras que las regiones inmediatamente próximas son completamente intangibles por su calor abrasador; en cambio, las que están más alejadas, a ambos lados, se paralizan con el frío común. Ahora bien, las áreas situadas entre estas, en ambas direcciones, son templadas y adecuadas para calentarse, ya sea que alguien prefiera situarse en un lado del fuego o en el otro, cuando en una noche fría al aire libre encienden una llama para iluminarse y calentarse. Si el fuego pudiera rodearlos como lo hace el sol, formaría sin duda cinco círculos; pero, dado que permanece fijo, establece cinco líneas: una en el centro, ardiente; dos circundantes, heladas; y dos más entre ellas, templadas.»