CAPÍTULO VII: Sobre la noche

La noche (nox) se llama así porque puede dañar los aspectos o los negocios humanos, o porque en ella los ladrones y bandidos encuentran la oportunidad de hacer daño a otros. Sin embargo, la noche es la ausencia del sol, la sombra de la tierra que se extiende hasta que el sol regresa de su ocaso a su salida, según su naturaleza. Un poeta la describe diciendo: "Ruit oceano nox, Involvens umbra magna terramque polumque." Y Salomón, en las Sagradas Escrituras, expresó: "Qui pascitur inter lilia donec aspiret dies, et inclinentur umbrae." Con un sentido elegante, llama a la desaparición de la noche la inclinación de las sombras. Pues, debido a las condiciones de las regiones hacia las cuales se dirige el curso del sol, y el esplendor de este es excluido de nosotros por la obstrucción de la masa terrestre, esa sombra, que es la naturaleza de la noche, se eleva de tal manera que parece extenderse hasta las estrellas. Con razón, en la vicisitud contraria, es decir, con la salida de la luz, las sombras se inclinan, señalando que la noche se deprime y se disipa. Los filósofos dicen que la sombra de la noche se eleva hasta el límite del aire y el éter, y que a veces toca y oscurece la luna, que corre en la órbita más baja de los planetas, como si fuera una pirámide de sombras afiladas, y que ningún otro astro sufre un eclipse, es decir, la pérdida de su luz, de esta manera. Esto se debe a que el esplendor del sol, difundido por todas partes alrededor de los confines de la tierra, puede ver libremente lo que está lejos de la tierra, y por eso los espacios del éter que están más allá de la luna siempre se llenan de luz diurna, ya sea por su propio resplandor o por el de los astros. Y así como en la noche ciega, al mirar antorchas encendidas a lo lejos, no dudas de que los lugares circundantes se llenan de la misma luz, aunque, debido a las sombras de la noche, no puedas ver más que las llamas de las antorchas, así dicen que ese vacío purísimo y cercano al cielo, con las llamas de los astros difundidas por todas partes, siempre se vuelve brillante; pero, debido al aire más denso que obstaculiza nuestra vista, los astros mismos aparecen radiantes con luz, pero la iluminación que proviene de ellos no se ve. Dicen que la luna, cuando alcanza las apsides más bajas de su órbita llena, a veces se oscurece con la sombra mencionada, hasta que, habiendo pasado gradualmente el centro de la tierra, vuelve a ser vista por el sol; pero para que esto no ocurra en cada plenilunio, la latitud del zodíaco, que es de doce partes, y la diversa altura de las apsides le ayudan. Pues, para que se forme una sombra, es necesario que concurran tres cosas: la luz, el cuerpo y el lugar oscurecido, y donde la luz es igual al cuerpo, allí se proyecta una sombra igual; donde la luz es menor que el cuerpo, allí la sombra crece sin fin; donde la luz es mayor que el cuerpo, allí la sombra se desvanece gradualmente al hacerse más tenue. Argumentan que el sol es mayor que la tierra, aunque debido a su inmensa lejanía parece pequeño, y por eso la sombra de la noche, al disminuir gradualmente, se desvanece antes de alcanzar el éter. San Ambrosio también menciona esta sombra y la noche en el sexto libro del Hexamerón, diciendo: "¿Acaso no pensó Moisés que debía decirse cuánto del espacio del aire ocupa la sombra de la tierra, cuando el sol se aleja de nosotros y cubre el día, iluminando las partes inferiores del eje, y cómo, al incidir en la región de esta sombra, hace que el globo de la luna sufra un eclipse?" La sombra de la noche se da a los mortales para el descanso del cuerpo, para que la humanidad, ávida de trabajo, no se agote y perezca por el trabajo continuo, y para que a ciertos seres vivos que no pueden soportar la luz del sol, e incluso a las bestias que temen la presencia humana, se les proporcione la oportunidad de moverse por todas partes y buscar alimento, según lo que el Salmista canta en las alabanzas a Dios: "El sol conoce su ocaso; pusiste las tinieblas y se hizo la noche, en ella pasarán todas las bestias del bosque," etc. Qué maravillosa provisión del Creador que ha dispuesto que donde la noche es más rígida por la lejanía del sol, allí sea más larga para acortar y calentar las obras, porque en invierno es más larga que en verano en todo el mundo, y en el mismo invierno es mucho más larga para los escitas que para los africanos, así como en verano el día es mucho más largo en Escitia que en África. Pues si el día no fuera tanto más corto cuanto más ardiente, ya habría consumido toda Libia hace mucho tiempo. Las partes de la noche son siete: crepúsculo, anochecer, conticinio, intempestivo, galicinio, matutino, y dilúculo. El crepúsculo es una luz incierta; pues decimos “creperum” para referirnos a lo incierto: esto es, entre la luz y las tinieblas. El anochecer, cuando aparece la estrella del mismo nombre, de la cual el poeta dice: "Ante diem clauso componet Vesper olympo." El conticinio, cuando todo guarda silencio, es decir, calla. El intempestivo, la medianoche, cuando no es tiempo de trabajar para nadie debido al sueño del descanso. El galicinio, cuando los gallos cantan. El matutino, entre la retirada de las tinieblas y la llegada del alba. El dilúculo, como una pequeña luz del día que comienza; esto es también el alba, que se extiende hasta la salida del sol.