Epístola 1: R1: Eugenio III. a Hildegarda de Rupertsberg

Eugenio, siervo de los siervos de Dios, a la amada hija en el Señor Hildegarda, prepuesta en el monte del bienaventurado Roberto, saludos y bendición apostólica.

Nos maravillamos, oh hija, y más allá de lo que se puede creer nos maravillamos, porque Dios ya en nuestros tiempos muestra nuevos milagros, ya que te ha inundado con su espíritu de tal manera que se dice que ves, comprendes y expresas muchos secretos. Esto lo hemos percibido de ciertas personas veraces, quienes confiesan haber visto y oído de ti. Pero, ¿qué podemos decir nosotros al respecto, quienes tenemos la llave del conocimiento, de tal manera que podemos cerrar y abrir, y por negligencia lo hacemos imprudentemente por la estupidez?

Felicitaciones, entonces, por la gracia de Dios. Nos congratulamos y a tu amor te advertimos que sepas que Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes. Conserva y guarda esta gracia que está en ti, de tal manera que expreses prudentemente aquellas cosas que sientas en el espíritu que deben ser expresadas, para que nosotros podamos escucharlas, abre tu boca y la llenaré.

En cuanto a lo que nos has insinuado sobre el lugar que en espíritu te ha sido revelado, que esto sea con nuestro permiso y bendición y con la de tu obispo, de tal manera que vivas regularmente allí con tus hermanas, según la regla del santo Benito, bajo la clausura del lugar.