Epístola 45: R45: Arnold I von Valcourt a Hildegard von Rupertsberg

Obispo de Trier a Hildegarda.

Arnold, por la gracia de Dios, humilde electo de la iglesia de Trier, a su querida en Cristo parienta, Hildegarda de San Roberto, saludos y amor de aquel que es la salvación y el amor. La amistad es una relación celestial, porque la vejez no la daña, sino que la mejora, y donde hay verdadera amistad no puede permanecer estática, sino que crece y progresa cada día.

Desde nuestra juventud hemos sido abrazados por el amor verdadero, nos sorprende por qué prefieres al adulador más que al verdadero amigo, cuando el profeta dice: "Pero el aceite del pecador no ungirá mi cabeza." Consideramos a nuestro hermano, el prelado de San Andrés, como tu adulador, mientras que deseamos ser entendidos como un verdadero amigo.

Sabiendo que nuestro bienestar es motivo de alegría para ti, te informamos que, por la gracia de Dios, hemos regresado prósperamente. Pero porque nada es dichoso para quien lo considera un castigo, decimos ante Dios y ante ti que la dignidad a la que hemos sido llamados nunca nos ha atraído, ni halagado, contra nuestra voluntad, como Dios es testigo. Por ello, nuestra ignorancia y fragilidad lamentan su insuficiencia y deploran su indignidad. Pero porque no sabemos a quién se debe nuestra vocación a tal ministerio, esto nos causa gran ansiedad. Si supiéramos que es de Dios, creeríamos que quien comenzó la buena obra en nosotros la llevaría a cabo, considerando que fuimos promovidos al sacerdocio más por necesidad que por virtud.

Y sabemos que Dios, en su lugar santo, ha operado la salvación entre vosotros, misericordiosamente liberando a la posesa y visitando a su pueblo. Por ello, te pedimos que nos escribas sobre el modo de la liberación de la posesa, y frecuentemente mirando hacia la verdadera luz, nos impartas algo de la gracia salvadora a través de tus cartas. También te rogamos encarecidamente que levantes tus manos como ejemplo de Moisés al refugio de la roca por nosotros, intercediendo mientras luchamos contra Amalec en el valle de la miseria mundana.

Mientras estas cosas se escribían en presencia del abad de San Eucario, nuestro fiel y querido, él con su dulzura aderezó nuestras palabras. Por tanto, deseamos que a través de él nos envíes tu respuesta.