Epístola 188: R188: Hildegard von Rupertsberg a Abadesa E. von Obermünster in Regensburg

Respuesta de Hildegarda:

Oh hija de Eva, Dios es la racionalidad que no tiene principio ni fin, y por la cual el hombre es racional. Esa misma racionalidad es la vida animada en él, una vida que nunca se extinguirá. Ahora mira y atiende a las escrituras que están arraigadas en la raíz del Espíritu Santo y que también están escritas acerca de la racionalidad que es Dios. La Escritura es un espejo en el cual vemos a Dios a través de la fe, porque nuestro adversario está vigilante y no duerme, por lo tanto, debemos luchar contra él con ella y no debemos tentar a Dios, sino adorarlo con devoción.

El diablo sabe y ve que el hombre es cambiante y de diversos temperamentos, y por ello no le permite descansar en la paz de un temperamento calmado. A menudo, el hombre en su impetuosidad quiere saber de Dios lo que no se le permite conocer, y al hacerlo abandona el servicio de Dios, lo cual causa gran gozo al diablo, porque lo ve fallar en ambas partes. Tal investigación es insensata, como la que se hace a un falso profeta, y en todo esto, Dios no debe ser tentado, sino adorado.

El diablo, en su extrema malicia, frecuentemente lanza dardos al corazón del hombre, con los cuales intenta confundir a Dios. Pero bienaventurado es el hombre que ni quiere hacer ni consiente en tales cosas, sino que vive en ellas como si estuviera sufriendo la pasión de la muerte. El hombre, por naturaleza, peca con el pecado original y luego se arrepiente, y lo abandona por el honor de Dios, resistiendo al diablo con la fe. Dios nunca perderá a aquel hombre que le ofrece la mayor parte de sus pecados, sino que le perdonará la parte menor.

Por lo tanto, dulcísima hija, cuida con prudencia la responsabilidad que se te ha encomendado, no la abandones por cansancio o fatiga. Y asegúrate de considerar rectamente si tus pensamientos hacia la Iglesia de ese lugar son buenos o malos, porque un gran pecado recaerá sobre ti si no lo consideras correctamente. Pues un árbol lleno de flores es hermoso a la vista, pero cuando su fruto madura y es comestible, es mucho más útil. El deseo de hacer el bien alegra la mente del hombre como lo hacen las flores, pero el esfuerzo en la obra, es decir, cuando el fruto comienza a crecer, es mucho mejor. Y cuando el hombre ha realizado buenas obras, los frutos maduros aparecen, y sus buenas obras le proporcionan alimento de vida en los pastos eternos cuando ha partido de esta vida.

Por lo tanto, buena hija de Dios, perfecciona tus buenos deseos en buenas obras, para que cuando tu alma salga de tu cuerpo, un premio bellísimo resplandezca para ti de parte de Dios. Que la gracia de Dios te enseñe esto.