Epístola 198: R198: Hildegard von Rupertsberg a Abadesa A. von St. Glossinde in Metz

Respuesta de Hildegarda:

El monte Sión es alto, y su sombra se extiende sobre los valles, mostrando así su grandeza. Otros montes también existen en esta tierra peregrina, por los cuales se sostiene y que también son hermosos a la vista de los pueblos. En la altura de Sión y de los otros montes se designan a los prelados y maestros que son el fundamento de la Iglesia, y a los discípulos se les llama hijos de Sión. Pero si este monte cayera, o si otros lo destruyeran, sería una gran injusticia.

Por tanto, quien se encuentra en el magisterio debe prever con sabiduría cómo deponer su cargo y cómo no ser derribado por otros. Así como los montes son defensa para muchos contra sus enemigos, del mismo modo aquellos que están en el magisterio, a través de la doctrina y la obediencia que se les muestra en Dios, son defensa para muchos contra las insidias de sus enemigos.

Por eso, cada maestro, mientras pueda pronunciar las palabras de la doctrina, no debe arrojar la vara de corrección que ha recibido de la mano de Dios, porque a menudo el barro es limpiado por otro barro, así como el maestro limpia a los discípulos y los discípulos al maestro. Por el temor de los discípulos, se afligirá y será castigado por los torturadores de discípulos inquietos, imitando así al Maestro Supremo que lo precedió. Y dirá: "Mostré tus preceptos a ellos". Y también dirá: "Quien tenga oídos para oír, que oiga".

En esto, aprende a no huir a causa de la nube de la inconstancia de tus discípulas ni por el cansancio de tu labor. Porque muchos huyen más por el cansancio del trabajo que por la necesidad de no poder vencer a sus discípulos. Un día claro, no nublado por la tempestad, tiene un gozo completo. Adán tuvo ese día antes de su caída, pero el primer engañador lo oscureció con su sugerencia, en la cual se encuentran las siete plagas que hieren las almas.

La primera plaga es la vanagloria, que recoge para sí lo que no mereció ni sembró, y lo que no le fue dado por Dios, lo atribuye a sí misma. Esto lo enseñó el primer engañador porque él mismo lo había hecho, y por eso la vanagloria no busca a Dios. La segunda es que el hombre siente que puede pecar, y de ello acumula para sí el deleite de la carne, abrazando y besando ese placer. Edifica la tercera caída con grandes dolores en costumbres sórdidas, de modo que el hombre vive como si estuviera muerto para Dios, y apenas espera que Dios lo conozca.

Pero la cuarta plaga es que el hombre se excusa y se defiende de los pecados mencionados anteriormente, diciendo que no son tan peligrosos como se le muestran, y por ello se vuelve tan odioso a los hombres que no confía en nadie. La quinta es la soberbia, que dice que el hombre, debido a la carne de su humanidad, no puede abstenerse de los pecados, y por eso sería inconveniente apartarse de los deseos carnales. La soberbia se impone esta ley en su temeridad, y por eso no tiene ninguna consideración hacia Dios.

La sexta plaga es que el hombre busca su salvación en las criaturas y les pide que le revelen todas las cosas, teniendo así a su Creador en burla, y no busca nada de Él, como si no pudiera ayudarlo. La séptima plaga es la idolatría, que adora al diablo y desprecia a Dios. Estos siete vicios, como un ejército bajo su mando, tienen más ramificaciones que las ramas de los árboles, porque todos estos estaban ocultos en la transgresión de comer lo que Adán comió, y por eso Dios le dijo: "El día que comas de él, ciertamente morirás". Por tanto, Dios le dio este mandamiento para que no hiciera nada similar al diablo, es decir, que no existiera sin un mandato, como el diablo quiso existir. Por eso, ningún hombre puede estar seguro en esta vida debido a la primera sugerencia del diablo que Adán aceptó.

Por lo tanto, tú, hija de Dios, fortalécete con la armadura de los siete dones del Espíritu Santo, con los cuales someterás estos siete vicios, para que no seas herida lamentablemente por ellos, y como un valiente soldado, levántate venciendo en las más fuertes batallas, para que vivas eternamente. Que Dios te vea, oh hija, en el espejo de la salvación.