Epístola 22: R22: Hildegard von Rupertsberg a Eberhard von Biburg

Respuesta de Hildegarda.

Oh tú, persona que ocupas el lugar del Hijo de Dios viviente, ahora veo tu estado como dos paredes unidas casi por una piedra angular, una de las cuales aparece como una nube blanca, la otra algo sombría, pero de tal manera que ni esa blancura se mezcla con la sombriedad, ni esa misma sombriedad se mezcla con la blancura. Estas paredes son tus labores, unidas a tu ánimo, donde por una parte tu intención y suspiros anhelan a Dios por el camino estrecho en blancura, y por la otra, el circuito de tu labor llega algo sombrío al pueblo sujeto a ti, de tal manera que mantienes la blancura de tu intención como algo doméstico, y observas la sombriedad de los trabajos seculares como algo ajeno a ti, sin permitir que se mezclen. Y por eso frecuentemente tienes fatiga en tu ánimo. Pues no tienes tu intención hacia Dios y tu labor hacia el pueblo como una sola cosa, sino que con buena intención anhelas lo celestial y con el pueblo procuras en Dios, pueden unirse en una sola recompensa, así como Cristo se aferró a lo celestial y, sin embargo, se inclinó hacia el pueblo, como está escrito: "Sois dioses y todos hijos del Altísimo", dioses en lo celestial y hijos del Altísimo en la procuración del pueblo.

Tú, pues, padre, derrama tus labores en la fuente de sabiduría, que dos hijas han extraído y están vestidas de ropajes reales, a saber, la caridad y la obediencia, porque la sabiduría con caridad ordenó todas las cosas sacando numerosos riachuelos, como dice: "He recorrido sola el círculo del cielo", y porque Dios dio al hombre un precepto mediante la obediencia. La vestidura de la caridad es la que contempla el rostro de Dios en el orden angélico, pero la vestidura de la obediencia es la circunscripción de la humanidad del Señor.

Estas jóvenes llaman a tu puerta, y la caridad te dice: "Deseo permanecer contigo, y quiero que me pongas en el lecho de tu lecho y me tengas en diligente amistad. Porque cuando tocas y limpias las heridas con misericordia, yo estoy acostada en tu lecho, y cuando sostienes con benevolencia en Dios a los sencillos y bien vivientes, yo estoy en tu diligente amistad". Y la obediencia también te dice: "Permanezco contigo debido al vínculo de la ley y los mandamientos de Dios. Así que mantenme con valentía y firmeza, no como un sirviente, sino como una amiga muy querida. Porque en el inicio del bautismo me recibiste y en algún progreso tuyo me mantuviste, a saber, en la disciplina de la sumisión y en la prelación donde obedeciste a los mandamientos de Dios. La caridad es mi materia y de ella he nacido". Oh padre, la sabiduría nuevamente te dice: "Sé semejante al padre de familia que escucha con mansedumbre la necedad de sus hijos y, sin embargo, no abandona su prudencia, así como yo también uno lo celestial y lo terrestre en la utilidad del pueblo. Toca, pues, y limpia las heridas, y mantén a los sencillos y bien vivientes, y ten gozo en ambas partes con la ayuda de Dios. Ahora, oh padre, yo, pobre forma, veo que tu voluntad desea la puerta de las virtudes que te llegará, de tal manera que en estas virtudes completarás el molino del fin de tu cuerpo. El que es y todo lo escudriña mantendrá tu alma y cuerpo en su salvación".