Epístola 246: R246: Hildegard von Rupertsberg a Monasterio von Hirsau

A la congregación de Hirsau, de Hildegarda:

La luz serena dice: Oh rebaño lamentoso y adornado con el signo de la ligadura de la obediencia, mantente firme en tus pensamientos y que tus deseos anhelen el amor de Dios. Por lo tanto, considera dónde está la prosperidad o la adversidad. Escucha la medida de los valles. Los valles a veces son verdes y florecen con el rocío del cielo y el calor del sol, y a veces se secan y languidecen con el cambio de las estaciones. Sin embargo, estos valles, que a veces pierden su belleza debido a la diversidad de las tempestades, no los olvido del todo, como si ya no fueran a resurgir en su hermosura.

De la misma manera, no olvidaré este lugar en el que te encuentras, porque la sabiduría no carecerá en él de la materia de la santidad, tal como comenzó primero en la rectitud. Tú, sin embargo, sé un rebaño luminoso en la victoria, aplastando los vicios que te sacuden en tiempos de inquietud, y no te avergüences de acusarte a ti mismo por tus malas acciones, porque Dios unge y limpia todas las heridas en la penitencia.

No obstante, el ojo viviente ha notado la causa pasada en ese dolor: que fuiste perturbado por la insolencia de tus superiores, porque la dulzura del ungüento de la madre, es decir, de la misericordia, fue retirada de algunas de tus ovejas que estaban en culpa y que no fueron juzgadas correctamente en la pena que recibieron en su penitencia. Una lluvia inadecuada seca la tierra; así también el hombre que peca, si no tiene a quien lo unja, inmediatamente huye a la desesperación y se seca, porque no se le proporciona medicina según lo que él puede soportar.

Ahora, queridos hijos, escuchad la voz de la luz viviente. Aprehended la misericordia que no nace de vosotros, sino que viene de Dios, y por lo tanto no la apartéis de aquellos a quienes debe ser otorgada. Recogedlos entonces, para la salvación de sus almas.