Epístola 262: R262: Hildegard von Rupertsberg a los Laicos

A los hombres seculares de diversos pueblos, Hildegard.

Oh, multitudes de hombres, nacidos y creciendo a través de la divina sabiduría, escuchen lo que yo, la serena luz y creadora de todo, les digo. Su plantación estuvo en mi corazón en el día original de toda la creación. Y cuando creé al hombre, le di un instrumento que el diablo ridiculizó. Esto es, le di una ley que el diablo, con su maldad, derribó. Esa maldad no proviene de mí, que soy la bondad plena, potentísima y agudísima. Pero correspondía a Dios hacer por sí mismo una obra tan grande y magnífica, que pudiese realizar muchas y diversas obras, lo que es el hombre. Porque Dios no fue hecho ni creado ni tocado por la sucesión de los tiempos, sino que tiene siempre el ser, lo que la rueda, sin principio ni fin, indica. Él tampoco tiene defecto alguno, sino que todos los seres vivos proceden de su disposición, ¡y él ha vencido a la muerte! ¿Cómo? Escucha, oh hombre. El mal cayó por la fortísima fuerza de la divinidad, que nunca empezó a vivir, sino que siempre vive. Porque cuando la esfera viviente sintió que había sido hecha y creada por Dios, abrazó el mal, que Dios, que es íntegro, destruyó, porque el mal tiene tanta fortaleza, que no sería apropiado que nadie lo superara salvo aquel que no tiene principio. Él también superó el mal con su hombro. ¿Cómo? A través del hombre. ¿Qué significa esto? Envió al hombre en alma y cuerpo. En ambos se ocultaba un gran misterio. Pues la virginidad produjo al hombre, es decir, el don más grande y preciadísimo en el sumo sacerdote, ¡por medio del cual Dios destruyó plenamente este mal!

Oh bellísimas formas de los hombres, ¿por qué dormís en la negligencia cuando Dios os ha colocado en gran gloria? ¡Dios os dio la ley más grande cuando colocó al hombre en el paraíso! Y con el mismo amor hizo al hombre, con el que quiso que su Hijo se hiciera hombre para vencer ese mal que se había levantado contra él. Así, Dios quiso vencer el mal a través de la suavísima forma corporal del hombre, en la que el diablo pensó tener su victoria, por lo cual también comenzó a burlarse de él con sus tentaciones, ignorando que por él sería completamente derrotado. Por tanto, oh hombres, ¡no os canséis en la necedad de vuestros modales, como si no tuvierais ley! Lo que no es cierto. Pues yo os di una ley para que no comierais del alimento del mal sensible, pero vosotros transgredisteis mi precepto y codiciasteis ese conocimiento que os expulsó a la peregrinación. Pero tú, oh hombre, dices: ¿Por qué conozco el mal? En esto me contradices a mí, tu creador, como también lo hizo aquel que quiso superarme. Pero yo no quiero el mal, ni toca mis secretos. En él, sin embargo, vuestros ojos se oscurecieron. Y ya que conocéis el mal, ¿por qué lo hacéis? ¿Cómo podría mi criatura estar vacía, sin utilidad alguna? Pues cada criatura que no vive en la racionalidad o en la sensibilidad tiene en sí dos cosas útiles y una que perece. Dos, a saber, una en la gordura de la forma, y otra en su verdor, y una que perece en la sequedad. Así también el hombre tiene dos en sí: a saber, el alma y el cuerpo, el alma en las virtudes, el cuerpo en la operación, también conociendo el mal, que es como aquello que perece en la sequedad. De lo contrario, no sería una creación.

Pues cuando Adán recibió el precepto, sabía aquello que no me tocaba a mí y que debía ser despreciado porque era contrario a mí y a mi precepto. Pero cuando codició poseerlo, ciertamente lo conocía como si estuviera en opción, pero aún no en operación, tal como los ángeles celestiales saben que el mal existe, pero no lo hacen. Cuando Adán cometió el mal en la obra, lo conoció sensiblemente y lo llevó a cabo en el gusto culpablemente, por lo que cayó en la muerte, que encontró aquel que primero se opuso a mí, por lo cual también cayó de lo celestial en la abyección. Pero tú, oh hombre, no sabes lo que dices. Pues el engañador falaz te engaña, enseñándote lo contrario. Cuando os di la ley, no os ordené que cometierais fornicaciones, adulterios, homicidios, robos, encarcelamientos, ni que encarcelarais a quien no creasteis, sino que os mandé que os multiplicarais en vuestros hijos por recta institución y no por lujuria, y que poseyerais la tierra, cultivándola con esfuerzo en trigo, vino, y en otras necesidades que pertenecen a vuestra necesidad.

Por tanto, debéis guardar mi ley y no destruirla. Pues os mandé que amárais a vuestros hijos en amor recto y no en adulterio venenoso, pero vosotros actuáis como si fuerais libres para hacer lo que quisierais, y perpetrar todo mal que pudierais. ¿Por qué entonces rechazáis de vosotros el lazo de vuestra ley, diciendo: no se nos ha instituido tener y ejercer la constricción de la disciplina, como si fuéramos celestiales? Pues el siglo no nos permite ser celestiales, y también nuestros hijos, y los campos, ovejas, bueyes, y demás ganado y todas las demás cosas que poseemos, nos impiden esta intención. Dios nos dio todas estas cosas. ¿Por qué, pues, olvidáis a aquel que os creó y que os dio todas estas cosas? Cuando él os da lo necesario, a veces os lo deja, y a veces os lo quita. Pero vosotros decís: No es nuestro tener una vida buena y constreñida, sino de los clérigos y otros hombres espirituales.

¡Escuchen entonces! Vosotros que no estáis preocupados por estos asuntos vuestros. Vosotros estáis más atados a todos estos lazos espirituales, pues Dios os ha mandado vivir de la manera en que os fue predicho. Los hombres espirituales rehúsan tener esta ley que os ha sido impuesta a vosotros, por lo que son libres, ya que el lazo de vuestra ley, que os ha sido impuesto especialmente, no los constriñe. Pero ellos me besan en los abrazos del amor, cuando renuncian al mundo por mí, ascendiendo al monte de la santificación, y así serán hijos amados. Vosotros, sin embargo, sois como siervos por el lazo de vuestra ley, que os ha sido impuesto especialmente. Ahora, pues, comprendedme y guardad vuestra ley, para que cuando venga vuestro Señor, vuestra conciencia no os acuse de haber destruido sus preceptos, pues habéis sido considerados con gran amor, cuando por vuestros crímenes el inocente Cordero fue puesto en el lagar de la cruz. Por tanto, oh hijos amados, por vuestra muy querida formación, ¡escuchad y comprendedme! Pero también, oh multitud, ¿por qué enloqueces, despreciándome con la rabia de tu furia? ¿Qué haces en tales crímenes tan atroces a través de la destrucción de la carne, que matas a un hombre semejante a ti? Este mal lo encontró el orgullo del primer ángel perdido, que quiso destruirme, pero no pudo ser lo que él pensaba que podía lograr, y por ello, por su soberbia, cayó en la perdición. Pero como Adán me conoció y me amó, y besó mis preceptos con su voluntad, quiso guardarlos, salvo que el diablo lo llevó a la desobediencia.

Por ello, fue necesario que lo liberara de la pena de muerte, ya que el pérfido engañador lo había engañado. Pues ese mismo diablo, en todo esto, no probó ningún bien, sino que en la perversa visión de su orgullo miró hacia el norte, porque al mirar con indignación desde el exterior de todas las otras disposiciones superiores, dudaba de que yo estuviera en el norte, ya que allí había cubierto mi poder como un ala en el torbellino, presagiando que ese mismo poder mío debía derribar ese mal que él pensaba realizar. Así, y también en esta voluntad perversa suya, fue derribado. Entonces tú, oh maldad del homicidio, te inflamaste con obstinación, bajo su consejo. Cuando el diablo vio al hombre creado, comenzó a exprimir todo su mal, persuadiendo al hombre, como por opinión, hacia la desobediencia, ya que no vio en él tanta malicia como en sí mismo, y comenzó a tocarlo engañosamente y a conducirlo como hacia un honor útil, para que consintiera con él. Y así, el hombre consintió con el diablo. Entonces, el diablo se regocijó en sí mismo porque había superado al hombre, ya que el hombre hizo lo que él quiso. Pero en el hombre no había tanto mal como en el diablo, porque el diablo envidió a Dios y quiso destruirlo, y sin el consejo de nadie, comenzó el mal. El hombre, sin embargo, escuchó el precepto de Dios, pero solo deseó ser similar a él, y, bajo el consejo del engañador falaz, no obedeció a Dios. Después, viendo el diablo el bien original que empezó a surgir en Abel, que gustó de mi bondad en sus obras, se enfureció en su interior, y persuadió al hombre para que cometiera homicidio, para que el hombre destruyera al hombre, como él también quiso destruirme, lo cual no pudo ser, porque mi fortaleza no puede ser superada por nadie.

Y así, bajo la persuasión del diablo, cometido el homicidio, el diablo se regocijó en sí mismo diciendo: “¡Vaya, eché al hombre del paraíso con mi fortaleza! ¡Vaya, ahora también hago que el hombre en la tierra me sirva de nuevo! Pues el instrumento del Altísimo es dividido por otro instrumento similar en el homicidio. Yo no pude superar al Altísimo, porque no vi ni el principio ni el fin en él, pero ahora tengo sus instrumentos que hacen toda mi voluntad, tanto matándose entre sí como realizando toda mi otra persuasión. ¡Oh, cuánta gran potestad tengo en estos, pues lo que yo no pude hacer en las alturas del cielo, esta criatura lo hace a otra semejante bajo mi instigación, y hace más de lo que yo hice, ya que lo que yo quise y no pude, esto lo hace, cuando una destruye a la otra!” Y por estas obras, el diablo tuvo gran gozo en sí mismo, porque Caín mató a su hermano Abel. Por lo que también el infierno, por justo juicio, ardió más en fuego entonces, que antes de cometerse ese homicidio. Y yo, que soy la luz más aguda, digo: ¡Ay, ay, ay, homicidio, que surgiste bajo la persuasión del diablo para derribar una buena obra! ¡Oh, desdicha de este mal, donde la inocencia perdió su integridad! Por ello, la tierra llora, porque su sudor bebió sangre, donde un hombre mató a otro hombre. Por tanto, también el cielo lamenta, y los demás elementos lloran, salpicados como con el color de la sangre, porque en sus oficios están sometidos a los hombres según lo que la causa y la necesidad de los hombres requieren. ¡Oh homicidas, caéis en una gran ruina cuando por el asesinato corporal separáis lo que en el hombre he unido! Porque cuando el hombre realiza este mal en la temeridad de su obra, la voz de la sangre de aquel que fue derramada así, vuela en lamento hacia lo alto en el dolor de esa misma pena, de modo que los elementos, aterrorizados, reciben ese clamor y lo llevan hacia arriba, porque el alma, a causa del dolor de la carne de su morada asesinada, clama así hasta que el Juez supremo, en su celo, escucha su clamor.

Por tanto, oh hombres, escuchad lo que se ha dicho: “He aquí que la voz de la sangre de tu hermano Abel clama a mí desde la tierra”. El alma da un gran lamento en la morada de su cuerpo cuando siente que este ha sido derribado en la matanza. Pero las almas de los santos, cuyos cuerpos son matados por mi nombre, así claman en la destrucción de su cuerpo: “Venga, Señor, nuestra sangre que ha sido derramada”. Y este clamor lo llevan hacia lo alto con la milicia celestial hacia los cielos, porque mi templo en ellos ha sido destruido. Sin embargo, las almas de aquellos hombres que, por sus injurias y crímenes, hacen que sus cuerpos sean asesinados, producen su lamento hacia los elementos, pero no pueden elevarlo hacia los secretos celestiales, porque en su malicia se golpean a sí mismos primero, haciendo que, por justo juicio, sean asesinados por otro. Pero de cualquier manera que un hombre sea asesinado por otro, Dios examina esa causa con justicia, según la voluntad del que golpea y según los méritos del que cae, porque el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios.

Vosotros, sin embargo, que os inflamáis en este homicidio, escuchad. Oh peregrinos en estos veloces crímenes, vuestra sepultura sería en el infierno, si no fuera porque el Cordero inmaculado que fue ofrecido en la cruz por la redención del mundo, observa la perforación de sus clavos y la efusión de su sangre. Porque por estos crímenes, que perpetráis con fervor en el homicidio, vuestro orgulloso enemigo se regocijó, creyendo que podría retener al hombre, sujeto a él, bajo su poder. Pero cuando mi Hijo vino al mundo, el diablo, viéndolo convivir entre los hombres, dijo: “¡He aquí que otro Adán ha venido! Y no sé de dónde viene. Pues el primer Adán, Dios lo creó del barro de la tierra, pero no sé de dónde ha venido este. Su madre lo ve y lo conoce como su hijo, y lo ama, pero yo no sé de quién lo ha concebido, porque desconozco que tuviera un hombre en la concepción. Pues su carne permanece intacta en la virginidad. ¿De dónde viene esto? Pues tengo al hombre bajo mi gran poder, de modo que nadie puede arrebatármelo, porque mató a su hermano, y porque en todas sus otras obras ha cumplido mi voluntad. Por tanto, creo que nadie puede quitármelo, pues lo tengo por justo juicio”. Así, ese antiguo enemigo dudó tanto tiempo hasta que mi Hijo fue colgado en la cruz, descendió al infierno y lo rompió para liberar al hombre.

¿Cómo? En su pasión, su sudor quitó el naufragio de la lujuria, que brota en el fervor de la sangre de los hombres, y su temblor borró los pecados de su unión injusta, y el lazo que sufrió deshizo misericordiosamente el lazo que la desobediencia había traído a los hombres, y la sangre de sus heridas limpió los crímenes de los homicidas. Aquel que fue colgado en la cruz tomó el amargor del cáliz, por medio del cual extinguió la amarguísima ira a la que se adhieren todos los males de los vicios, y así gustó la muerte corporalmente en su cuerpo, por medio de la cual destruyó por completo todos los instrumentos del diablo, en los cuales el hombre deseó ser como Dios. Y así, en todos estos signos de sus tormentos, descendió al infierno y lo rompió, y ató el poder del antiguo enemigo. Entonces, ese mismo diablo se avergonzó de haber desconocido una fortaleza tan fuerte que pudo superarlo tan poderosamente en el pozo del infierno. Y de este modo, su confianza en que podría retener al hombre fue completamente destruida, para que, desde entonces, ningún hombre esté en crímenes tan grandes que sus heridas no puedan ser curadas, si se preocupa de limpiarlas por medio de la penitencia. Por tanto, sea la alabanza a Dios. Ahora, el publicano penitente se regocija y el pecador penitente tenga parte en la verdadera alegría, porque todos los cielos se regocijarán por ellos cuando vean a aquel que los rescató de la muerte con sus heridas. Así, si desean elevarse hacia los cielos y huir de esa mentira por la cual, debido a sus malos deseos, me despreciaron, y no miraron mi voluntad, sino que se engañaron a sí mismos. Pues si luego vuelven a mí y abandonan sus malas obras, en pura confesión, diciendo: “¡Hemos pecado, Señor!”, todo el ejército celestial se regocijará en su redención, porque han hecho penitencia.

Oh hijos muy queridos, recordad a vuestro piadoso Creador, que os redimió de todas las plagas de vuestros crímenes, y que os purificó en la sangre de su amado Hijo del mal pésimo del homicidio. Oh, desdicha de este mal que Caín cometió por la ignominia de su ira, que es compañera de la muerte. Pues también vuestro fin, que provoca la disolución de vuestro cuerpo, se os adhiere en grandes dolores a través de todas vuestras venas, sintiendo y mostrando en sus dolores que Abel terminó su vida corporal en dolores, cuando su hermano lo forzó a salir del habitáculo de su cuerpo por la maldad del primer homicidio. Ahora, haya salvación y redención en la sangre de mi amado Hijo para aquellos que, con diligencia, corren hacia la verdadera penitencia por sus pecados.