Epístola 107: R107: Abad S. von Rothenkirchen a Hildegard von Rupertsberg

Abad en Rothenkirchen. A Hildegarda.

S., que tiene el oficio de pobre prelado en Rothenkirchen, a su señora y madre, Hildegarda, de San Roberto en Bingen, afecto de íntima devoción y oración. Como proclama la multitud de fieles, no es de extrañar que Dios, cuando es invocado por vos, se haga presente, pues también es evidente para vos que tenéis una fe no fingida en Él. Y lo que es aún más notable, es que, con su favor y gracia, habéis consagrado la integridad de vuestra pureza a Él, y desde entonces habéis vivido hasta ahora en santidad y justicia ante Él como un vaso de elección.

Sin duda, quien os ha establecido para vivir de esta manera, y, lo que es más importante, quien ha hecho que los secretos de sus misterios se revelen a través de vos, también considera digna cualquier petición que hagáis en su nombre. Y ciertamente, lo que se dice de vos, lo que he oído y en parte visto, creo sin ninguna duda que es divino y santo, y no puedo dudar en absoluto de ello, sabiendo que nada es imposible para Dios. Pues Dios, así como a través de hombres profetas, también ha querido y podido revelar los secretos de su divinidad a través de santas mujeres, como lo testifica Joel: "Derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos e hijas; también sobre mis siervos y siervas derramaré mi espíritu".

Además, se lee que Débora, Hulda, Ana la madre de Samuel, Isabel la madre de San Juan Bautista, y otras mujeres devotas a Dios, poseían el espíritu de profecía, aunque estuvieran casadas. ¿Cuánto más vos, que desde los años de vuestra infancia habéis guardado la pureza para Dios, sin experimentar la fragilidad de la carne? Doy inmensas gracias, señora, a la omnipotente misericordia, por haber merecido llegar a conocer vuestra beatitud. Por eso, humildemente llamo a las entrañas maternas de vuestro ser, para que me enviéis palabras de consuelo por escrito, y así, como lo habéis hecho en muchas ocasiones con vuestra voz viva, también ahora me levantéis y confirméis en la memoria con lo escrito, mientras fluctúo en las tempestades.