Epístola 209: R209: Heinrich von Utrecht a Hildegard von Rupertsberg

Un maestro de Utrecht a Hildegarda:

Saludos a Hildegarda, noble esposa de Cristo, destinada a recibir los desposorios de la vida incorrupta. Quién, cómo, de dónde soy, a saber, H., un maestro indigno de Utrecht, lo conoceréis a través del portador de esta carta. El buen aroma de Cristo, como un ungüento derramado, se ha difundido desde vos, irradiando de tal manera que ha alcanzado nuestros oídos indignos. La gracia celestial os visita con tanta frecuencia, iluminándoos con el esplendor divino desde lo alto, que no pocas veces se os concede contemplar, a través de la gracia de Dios que habita en vos, los eventos de cualquier causa y el resultado de las cosas, según la disposición oculta de Dios, especialmente cuando lo habéis solicitado con insistencia.

Por esta razón, yo, humilde y abatido, agitado por varios dolores y muchas adversidades, sin duda provocados por mis propios e indescriptibles pecados, me encomiendo a vuestras piadosas oraciones desde lo más profundo de mi ser. Os ruego, por Aquel que os ha reconquistado a precio de su propia sangre, que con vuestros justos trabajos procuréis agradar a su bondad clemente en mi nombre. Pues he sido humillado en todos los aspectos y abatido hasta el final, como un vaso perdido y arrojado de su vista, porque me han rodeado males innumerables y mis iniquidades me han atrapado, superando mi cabeza como una carga pesada.

Y, sobre todo esto, esperé a quien se afligiera conmigo y no lo encontré, ni tampoco hallé quien me consolara. Por lo tanto, no con temeridad ni con curiosidad superflua, sino como alguien purificado en el crisol de la tribulación, con un deseo ardiente, espero ansiosamente refrescarme con vuestra respuesta anhelada, deseando conocer, a través de ella, la sentencia predestinada por el divino dispensador acerca de mi estado o el desenlace de mis angustias, y recibir el consejo de salvación por inspiración de Él a través de vos.

Pero ante todo y sobre todo, ardo en deseo de ser certificado por vos si, al fin, la divinidad ha preordenado que sea contado entre los salvados. Que estéis bien, regocijaos, vivid, y que vuestro nombre esté en el libro de la vida.