Epístola 23: R23: Hillin von Fallemanien a Hildegard von Rupertsberg

Hillin, arzobispo de Tréveris, a Hildegarda.

Hillin, por la gracia de Dios, humilde ministro y siervo de los mismos, y aunque indigno, arzobispo de Tréveris, a la queridísima hermana Hildegarda, que sigue al cordero y esposo a dondequiera que vaya. Porque a la sabiduría de Dios, que elige lo débil del mundo para confundir a los fuertes, le ha complacido elegir una morada agradable en tu virginidad, ha derramado más abundantemente en ti la gracia de su luz en el espíritu de consejo y de conocimiento mayor, por cuya efusión de luz, como creo, también quiso que las mentes de otros se excitaran e iluminaran hacia mejores estudios y más cercanas a la salvación, a través de ti, madre venerable y a ser abrazada con la caridad más sincera.

Por lo tanto, queda, virgen de Cristo amadísima, verdadera vid bajo cuya sombra descansas, cuyo fruto es dulce y acogedor para tu garganta. Verdaderamente, digo, extiende más ampliamente los sarmientos de esta vid en este mar tempestuoso, derivando más generosamente el sabor dulcísimo del cáliz celestial con el que te embriagas hacia la ganancia de las almas por todas partes. Lo que has recibido gratis, dalo gratis, no sea que se te acuse de querer esconder bajo el celemín la lámpara encendida para la utilidad de los prójimos.

Por tanto, te ruego, santa madre, junto con los demás que buscan refugio en el puerto de tu consuelo, confiado en la esperanza de conseguir mi deseo más abundante, te ruego, digo, y te conjuro por tus entrañas maternales por la santa caridad, que de esa bodega vinaria del rey, de cuya abundancia de delicias te embriagas maravillosamente aún en esta vida, te dignes derramar algunas gotas hacia mí, pecador, a través del portador de estas presentes con tu escrito. Tanto por aquel que te ha concedido poder hacerlo, como para que la experiencia de la verdad demuestre lo que el rumor, dubitativamente, introduce en los oídos de algunos sobre la gracia celestial que te ha sido infundida.

Así pues, aquel que comenzó en ti la buena obra, la consuma en la vida de los vivientes.