Epístola 261: R261: Sacerdotes von Amorbach a Hildegard von Rupertsberg

Ciertos sacerdotes a Hildegarda.

Hildegarda, maestra de San Roberto en Pingis. O.C.V., pecadores que solo de nombre somos sacerdotes, y toda la congregación de hermanos que habitan en Amerbach, con una lámpara resplandeciente para entrar en las bodas eternas. Luz viva, operadora de todo bien, a quien toda alma vital y elegida en la perfección se une como cooperadora. Y aunque la misma alma se encuentre en su pureza, sin embargo, según el sentido de los que la reciben, se participa de manera diferente a los bienaventurados. Pues, así como aquellos órganos supremos de la corte real se inflaman con mayor ardor cuanto más cerca están y casi en la misma fuente contemplan la claridad, los coros inferiores de ángeles, cuanto más distantes están de ese origen, tanto más débilmente relucen con ese principal resplandor. Así también los espíritus incorporados, aunque estén predestinados a la vida, son irradiados por la majestad divina con diferentes intensidades de claridad, algunos más abundantemente, otros más tenuemente, y se elevan con una movilidad distante para alcanzar aquel principio beatífico.

Hay ciertas almas tan absortas en ese océano de claridad que no parecen ver ni sentir otra cosa que la presencia de esa luz que vivifica todo. El resplandor de estas almas ilumina las demás almas que aún están gravadas por la oscuridad terrenal, y, al ser frecuentemente reflejadas, se preparan para recibir esa claridad y ser más sutilmente iluminadas por ella.

Por tanto, ya que tú, madre reverendísima, te has acercado más a esa claridad, que el esplendor que brota de tu corazón ilumine nuestras conciencias, para que, mediante los rayos de tu amonestación, exhortación y corrección, nuestras tinieblas disminuyan. Pues, dado que la iniquidad ha abundado y la caridad se ha enfriado a causa del cisma romano, sufrimos las tinieblas del error. Y ya que las nubes de iniquidad han oscurecido el sol de justicia, la luna, que es la Iglesia, se ha desviado de la orden de la religión de múltiples maneras. Sin embargo, porque las palabras de Cristo no pasan si permanecen, y él mismo da testimonio: “He aquí, yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”, aunque casi todo el mundo esté ahora envuelto en las tinieblas del error, un rayo de aquella antigua gracia resplandece en ti para que no perezca toda la nación.

El orden de los monjes está en decadencia, el orden de los clérigos cojea, y el orden de las monjas vacila. Y mientras los religiosos espirituales se exceden de esta manera, los seculares descuidan completamente la ley que el Señor les ha establecido. Pues, entre otros crímenes con los que entregan a Dios al olvido, abandonan los matrimonios legítimos y se unen a otros según su capricho, cometen homicidios, y piensan que son grandes por ello. Además, cada uno se considera a sí mismo como inútil si se encuentra libre de estas manchas. Por lo tanto, los sacerdotes que deberían clamar y hablar la verdad con corrección, ahora se ven obligados a guardar silencio.

Ahora tú, oh venerable madre, ya que, como leemos en tus escritos, has dirigido frecuentemente amonestaciones a los espirituales, te rogamos encarecidamente que también las dirijas a los seculares, porque es necesario que sean fuertemente y frecuentemente corregidos aquellos que apenas se dignan soportar alguna corrección. Esperamos que presten más atención a tus palabras, ya que creen y saben que hablas por visión y mandato divino, a diferencia de nuestras palabras, a quienes ven vacilar en muchas transgresiones. Adiós.