Epístola 240: R240: Hildegard von Rupertsberg a Wibert von Gembloux

Hildegarda acerca del modo de su visión.

Estas palabras no las digo de mí ni de otro hombre, sino que las pronuncio tal como las recibí en la visión celestial.

Oh siervo de Dios, que miras a Dios a través del espejo de la fe y así lo conoces, y oh hijo de Dios, que ves en la formación del hombre los milagros que Dios ha constituido y sellado, ya que así como el espejo, en el cual se ven las cosas, se coloca en su recipiente, así el alma racional es puesta en el cuerpo como en un vaso de barro, para que por medio de ella el cuerpo sea gobernado al ver, y para que el alma contemple las cosas celestiales a través de la fe. Escucha lo que dice la luz inextinguible: El hombre es celestial y terrenal. Por la buena ciencia del alma racional, es celestial; y por la mala, es frágil y oscuro. Y cuanto más se conoce a sí mismo en lo bueno, tanto más ama a Dios. Pues si ve su rostro sucio y cubierto de polvo en el espejo, se esfuerza en limpiarlo y frotarlo. De igual manera, si reconoce que ha pecado y que está enredado en la variedad de vanidades, se lamenta, porque sabe que está manchado en la buena ciencia, y con el salmista se lamenta diciendo: Hija de Babilonia miserable. Esto es, la concupiscencia humana está confusa por la espuma de la serpiente. También es pobre y necesitada, porque en la ciencia especulativa carece de honor, es decir, no desea la gloria de la vida eterna que gusta por la buena ciencia buscando a Dios. Sin embargo, bienaventurado es aquel que sostiene lo que vive de Dios y cuya ciencia le enseña que Dios lo creó y redimió, y que, por esta liberación por la cual Dios lo liberó, destruye toda mala costumbre de sus pecados y arroja toda miseria y pobreza que tiene en las riquezas celestiales sobre aquella roca que es el fundamento de la bienaventuranza. Pues cuando el hombre sabe que tiene una putrefacción sucia y no puede abstenerse del gusto del pecado, ¡aves negrísimas lo ensucian por completo! Pero entonces confía en Dios a través del alma racional, a quien ni ve ni conoce, creyendo en Él. Y aunque el hombre sabe que es así y que vive en una vida infinita, no puede evitar pecar frecuentemente. ¡Y por eso, cuán maravillosa y lamentable es la voz que dice que Dios a veces hace de estos vasos de barro estrellas de sus milagros, cuando sin embargo no pueden abandonar el pecado, sino solo lo que por la gracia de Dios se les prohíbe!

Pues Pedro no estaba seguro, aunque prometió ardientemente que nunca negaría al Hijo de Dios, ni muchos otros santos que cayeron en pecados, pero que después se hicieron más útiles y perfectos de lo que hubieran sido si no hubieran caído. Oh siervo fiel, yo, una pobre mujer, te digo de nuevo estas palabras en la verdadera visión. Si Dios quisiera elevar mi cuerpo como lo ha hecho con mi alma en esta visión, el miedo no se apartaría de mi mente y corazón, porque sé que soy un ser humano, aunque haya estado recluida desde mi infancia. Sin embargo, muchos sabios han sido tan llenos de milagros que han revelado muchos secretos, pero por la vanagloria, se los atribuyeron a sí mismos, y por eso cayeron. Pero aquellos que en la ascensión del alma adquirieron la sabiduría de Dios y se consideraban a sí mismos como nada, esos se convirtieron en columnas del cielo, como le ocurrió a Pablo, quien, predicando, adelantó a los demás discípulos, y sin embargo, se consideraba a sí mismo como nada. Juan, el evangelista, también estaba lleno de una humildad tan suave, que por eso extraía mucho de la divinidad. Y, ¿cómo sería esto si yo, una pobre mujer, no me reconociera a mí misma? Dios obra donde quiere para la gloria de su nombre y no del hombre terrenal. Yo, en verdad, siempre tengo un temor tembloroso, porque no conozco en mí ninguna seguridad de ninguna capacidad, sino que extiendo mis manos a Dios, para que Él me sostenga como una pluma que carece de cualquier peso y que vuela por el viento. Y no puedo comprender perfectamente lo que veo mientras estoy en el cuerpo, ni tampoco con el alma invisible, porque en estos dos el hombre está defectuoso.

Desde mi infancia, cuando mis huesos, nervios y venas aún no estaban fortalecidos, siempre he visto esta visión en mi alma hasta el presente, cuando ya tengo más de setenta años. Y mi alma, según la voluntad de Dios, en esta visión se eleva hacia la altura del firmamento y se expande entre los diversos aires, y se extiende entre diferentes pueblos, aunque estén en regiones y lugares lejanos de mí. Y porque veo estas cosas de esta manera en mi alma, también las veo según la sucesión de nubes y otras criaturas. Pero no veo estas cosas con mis ojos exteriores, ni las escucho con mis oídos exteriores, ni las percibo con los pensamientos de mi corazón ni por la interacción de mis cinco sentidos, sino solo en mi alma, con los ojos exteriores abiertos, de modo que nunca he caído en un éxtasis en ellos, sino que los veo vigilante día y noche. Y estoy constantemente afligida por enfermedades, y muchas veces tan implicada en graves dolores que me amenazan con llevarme a la muerte, ¡pero Dios hasta ahora me ha sostenido!

Por lo tanto, la luz que veo no es local, sino que es mucho más luminosa, y mucho más luminosa que la nube que porta el sol. No puedo comprender ni la altura, ni la longitud, ni la anchura en ella, y esa luz se me llama la sombra de la luz viviente. Y así como el sol, la luna y las estrellas aparecen en las aguas, así en esa luz resplandecen para mí las Escrituras, las palabras, las virtudes y algunas obras de los hombres que han sido formadas. Todo lo que veo o aprendo en esta visión, lo tengo en mi memoria por mucho tiempo, de modo que a veces recuerdo lo que he visto y oído, y al mismo tiempo veo, oigo, sé y aprendo en un momento lo que sé. Pero lo que no veo, no lo sé, porque soy inculta, sino que solo fui instruida para leer las letras en su simplicidad. Y lo que escribo, lo veo y oigo en la visión, y no pongo otras palabras que aquellas que oigo, y las expreso en palabras latinas no refinadas tal como las oigo en la visión, porque no soy enseñada para escribir en esta visión, como escriben los filósofos, y las palabras en esta visión no son como las palabras que suenan de la boca del hombre, sino como una llama resplandeciente y como una nube moviéndose en un aire puro. Y de ninguna manera puedo comprender la forma de esta luz, así como no puedo mirar fijamente la esfera del sol. En esa misma luz veo otra luz que se me llama luz viviente, que a veces y no frecuentemente veo, y cuándo y cómo la veo no puedo expresarlo. Y mientras la veo, toda tristeza y angustia son apartadas de mí, de modo que entonces tengo las costumbres de una simple doncella y no de una anciana. Pero debido a la constante enfermedad que sufro, a veces me canso de pronunciar las palabras y visiones que se me muestran allí. Sin embargo, cuando mi alma las ve al gustarlas, me transformo en otras costumbres, de modo que, como he dicho, olvido todo dolor y tribulación. Y lo que entonces veo y oigo en esa misma visión, mi alma lo extrae como de una fuente, pero la fuente, sin embargo, permanece plena e inagotable. Mi alma, sin embargo, no carece en ningún momento de la mencionada luz que se llama la sombra de la luz viviente, y veo esa luz como si contemplara el firmamento en una nube luminosa, sin estrellas, y en ella veo lo que frecuentemente hablo y lo que respondo a los que preguntan sobre el resplandor de la mencionada luz viviente. En dos maneras, a saber, en cuerpo y alma, no me conozco a mí misma y me considero casi como nada, y me dirijo al Dios viviente, y todo esto se lo dejo a Él, para que Él, que no tiene fin ni principio, me preserve del mal en todas estas cosas.

Por lo tanto, tú que buscas estas palabras, con todos aquellos que desean escucharlas con fe, ora por mí para que permanezca en el servicio de Dios. Y tú también, oh hijo de Dios, que lo buscas con fe y que le pides que te salve, observa el águila que vuela hacia la nube con sus dos alas, pero que, si una se lesiona, se posa en la tierra y no puede elevarse aunque quisiera volar. Así también el hombre, con las dos alas de la racionalidad, es decir, con la ciencia del bien y del mal, vuela, de modo que el ala derecha es la ciencia del bien, y la izquierda es la ciencia del mal, y el mal sirve al bien, y el bien se fortalece y gobierna a través del mal, y en todo se vuelve sabio a través de ella.

Oh querido hijo de Dios, que Dios eleve las alas de tu ciencia hacia los caminos correctos, de modo que, si tocas el pecado al probarlo, porque naciste de tal manera que no puedes estar sin pecado, al menos no lo consumas al actuar. Y entonces volarás bien, pues la armonía celestial canta a Dios sobre el hombre que actúa de esta manera, alabándolo porque el hombre hecho de ceniza ama tanto a Dios que por Él se desprecia a sí mismo por completo.

Así, oh noble guerrero, compórtate en esta lucha para que puedas estar en la armonía celestial, y para que Dios te diga: Tú eres uno de los hijos de Israel, porque a través de los ojos de la red y por el estudio del deseo celestial miras hacia la montaña excelsa. Y que todos los que están mencionados en tus letras enviadas a mí sean guiados por el Espíritu Santo, para que sus nombres sean escritos en el libro de la vida.