Epístola 248: R248: Hildegard von Rupertsberg a Monasterio von Eberbach

A la congregación en Eberbach, de Hildegarda:

Los misterios de Dios me ordenan decir esto en la sombra de una visión:

¡Habéis ascendido a un monte muy alto! Y habéis querido mirar hacia el valle. Mientras tanto, una poderosa tempestad ha sobrevenido. ¡Ay, ay del languor que hay en vuestros lomos! Como dice el siervo probado, David: “Todo el día andaba afligido, porque mis lomos están llenos de ilusiones, y no hay salud en mi carne.” Y por eso vuestros ojos languidecen por la carencia.

Tened cuidado, pues, de no rechazar aquella felicidad que parece estar en vosotros por la predestinación de Dios, debido a la excesiva temeridad de las batallas, porque cuando Dios hizo la faz del primer ángel como una piedra muy elegante y resplandeciente, éste cayó en la temeridad, por lo cual su gloria en él pereció, ya que no deseó ningún bien, y su esplendor fue plantado en otra viña. Y porque Dios no tiene sociedad con el mal, tened cuidado de que la gracia especial de Dios no se aparte de vosotros por la obra de la antigua serpiente, porque ésta se regocija en sí misma y dice: “Encuentro mi voluntad cuando hay discordia en el pueblo espiritual y camino con ellos con el cuello erguido.”

Por lo tanto, resistid al diablo para que la luz del esplendor no se os apague, como le fue arrebatada a él por su orgullo. Pues aquellos que a veces caen y luego se levantan, no carecerán de la herencia de la gracia de Dios, sino que en la tormenta de la justicia de Dios se inclinan, y, sin embargo, después, Dios reedifica en ellos la raíz del primer inicio del sacrificio de la virtud de Dios.

Y os digo a vosotros, que sois la plantación de Dios: Sobre vuestro lugar, los misterios de Dios dicen esto: “Nunca te destruiré, mientras no me resistas en la impía temeridad que no desea ser lavada,” como también la temeridad del arte diabólico, como se ha dicho, demuestra.

En la bendición de Abraham, la luz viviente te bendice.