Epístola 238: R238: Hildegard von Rupertsberg a Sacerdote N. von Königslutter

Respuesta de Hildegarda:

En una verdadera visión, con los ojos vigilantes de mi espíritu, escuché estas palabras: "Oh hijo, que eres la imagen de Dios, escucha esta enseñanza que el Hijo de Dios dijo a aquellos que en sí mismos consideraron lo que eligieron. Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó". Esto mismo dijo el Hijo de Dios acerca del primer hombre. Cuando, al escuchar el rumor de la serpiente a través de la mujer, sintió que podía pecar, eligió lo que había escuchado a través del rumor. La mente es como el hombre, y la elección es como la mujer. Pero cuando el hombre elige alguna causa para sí mismo y la atrae a través de la elección, la ama profundamente, como Adán amó la elección que escuchó a través de la mujer, porque la mujer estaba unida a él como la elección a la mente.

Cuando Adán hizo esto, descendió de la visión de la paz y se volvió como la luna menguante. Aunque estaba peregrinando, aún conocía a su Creador y, en ese conocimiento, era como la luna que a veces crece. Y cayó en manos de ladrones, lo cual es la naturaleza de su propia voluntad, que lo engañó, como un ladrón engaña a los hombres con su astucia hasta atraparlos. Estos ladrones lo despojaron, es decir, la voluntad propia lo privó de toda la gloria que tenía en el paraíso, tal como los ladrones despojan a los hombres de sus posesiones.

Por lo tanto, cualquier hombre que desee ser feliz debe evitar aquello que su propia voluntad elige, porque le es tan dañino como lo fue para Adán escuchar a su mujer. También le causa grandes heridas, y si quiere ser sanado, debe buscar al médico con gran suspiración, porque la transgresión de Adán lo llevó a la peregrinación de este exilio, donde apenas podía vivir en el conocimiento del bien y del mal. Ni el sacrificio de Abel, que Noé perfeccionó al edificar el altar, ni el ministerio de la obediencia de Abraham, que Moisés cumplió a través de la ley, pudieron levantarlo. Pero fue el samaritano quien lo levantó.

Este samaritano es el Hijo de Dios, que, todo él en el santuario del Espíritu Santo, es decir, en la integridad del vientre de la Virgen, se encarnó sin la ceguera de Adán que posee la naturaleza humana. Este mismo Adán, con todos sus miembros, fue levantado del abismo del infierno. En sus heridas derramó aceite y vino: aceite, cuando en su encarnación se mostró a él con misericordia, y vino, cuando le impuso la penitencia de los pecados, como está escrito: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca".

Y colocándolo sobre su bestia, lo llevó a la posada. Su cuerpo es como la bestia, porque llevó al hombre sobre sus hombros, en la cruz. Esto también se mostró cuando, al crear al hombre, Dios creó a las bestias con él, y también vio su encarnación cuando formó al hombre, y cuando unió a sí mismo esa encarnación como quiso, el hombre, junto con toda criatura, reconoció a Dios y al hombre en él. Dio el mundo entero como tabernáculo, como una posada, al hombre, y lo llevó allí cuando lo liberó por su pasión y lo curó con misericordia y penitencia.

Al día siguiente, sacó dos denarios y los dio al posadero. En la luz del día siguiente a su resurrección, dejó al hombre en manos de sus vicarios, es decir, de los apóstoles y de aquellos que siguieron sus ejemplos, encomendándoles que hicieran lo que él había hecho. Les dio los dos testamentos, es decir, la nueva ley que había establecido y lo que él mismo había hecho. Porque así como Dios, cuando creó al hombre, creó también a las bestias con él, en la antigua ley los hombres primero sacrificaron a Dios con las criaturas, es decir, con las aves y los animales, pero después, invisiblemente, ofrecieron el sacrificio de la encarnación de Cristo en el Espíritu Santo, porque conocemos su encarnación, pero no podemos ver su divinidad, aunque la abrazamos por la fe.

Del mismo modo que conocemos este mundo, miramos la vida eterna con fe. Vemos nuestros cuerpos, pero no podemos ver nuestras almas, excepto que sabemos que sin el alma no podemos vivir. Así también son todas las obras: algunas son oscuras, otras manifiestas. Y así, también, tendremos al Creador de todas las cosas en su humanidad y divinidad. De este modo, en los dos testamentos, Dios dejó al hombre en manos de sus vicarios, para que ellos actuaran con él como él les había mostrado, ungido sus heridas con misericordia y limpiándolas con penitencia, y esto hasta el último día.

Entonces, cuando vuelva, dará la mansión de la herencia eterna a todos los que, con buena voluntad, hayan hecho lo que él les demostró. Ahora, tú, administrador de Dios, haz lo mismo. Y cuida de que tu mente no esté oscura sin sol, luna y estrellas, es decir, no elijas según tu propia voluntad lo que te parezca, diciendo que esto o aquello es bueno. Porque tu mente entonces sería una nube oscura. Más bien, mira al verdadero samaritano, y haz lo que él hizo en el ministerio al que has sido asignado por tu maestro. Porque a Dios le agrada que se extienda misericordia a los necesitados y que los pecadores sean llevados al arrepentimiento. Haz esto tanto como puedas, ayudando a quien da la limosna por sus pecados, para que vivas eternamente.