Epístola 104: R104: Hildegard von Rupertsberg a Abad E. von Averbode

Respuesta de Hildegarda.

Las flechas que vienen con la incredulidad y la contumelia de las palabras maliciosas son semejantes al viento peligroso que de repente llega al corazón del hombre. Y esta es la tempestad del primer ángel, en la cual él despreció a Dios. A menudo veo en la felicidad del hombre, a quien Dios ama mucho, que estas penas se le presentan, porque el enemigo reconoce su felicidad y quiere oprimirlo en esta tempestad para que caiga con él. Pero no puede arrebatarlo del seno de Dios. Sin embargo, la angustia y la tribulación le llegan de los elementos, pero en una medida tal que Dios lo vigila.

Así como la iglesia ha recibido la nueva generación de nueva prole en la sangre de Cristo, así también era necesario y apropiado que el don del Espíritu Santo, es decir, el agua, se uniera con la sangre de Cristo, porque también la corrupción está en la sangre de cada hombre. Pero también te aconsejo, oh padre de familia en el monte Sión, que seas como una trompeta que toca vigorosamente en el pueblo espiritual de tu rebaño, para que no decaiga en la caridad y en la obediencia, y vivas eternamente. En ti mismo también ten ojos por todas partes, para ver la justicia y la verdad, de modo que tu alma siempre vigile, para que no te veas impedido por el ruido de este mundo.