Epístola 205: R205: Gottfried von Alpirsbach a Hildegard von Rupertsberg

Un monje a Hildegarda:

A la serenísima y verdaderamente bienaventurada señora Hildegarda, adornada con el espíritu de la divina visión, el más humilde de los monjes de San Benito, aunque indigno sacerdote, G., os envía el servicio devoto de la obediencia con toda la sumisión de la humildad.

Los que confían en el Señor comprenderán la verdad, y los fieles en el amor se rendirán a Él, porque el don y la paz son para los elegidos de Dios. Estas santas palabras, pronunciadas por la boca de la sabiduría celestial, las he conocido a través de muchos testimonios veraces que se refieren a vos, y creo que se han cumplido. Pues lo que encuentro testificado en las Sagradas Escrituras, lo mantengo con total fidelidad: que ninguna palabra es imposible para Dios. Por tanto, aunque no he visto vuestras santas revelaciones, no he dudado en absoluto de que sean verdaderas.

Sé, entonces, con certeza, que porque habéis puesto vuestra confianza en el Señor, habéis comprendido su verdad, y porque le habéis sido fiel en el amor, habéis recibido el don de la revelación divina y el espíritu de la consolación celestial, y habéis adquirido la paz de los elegidos de Dios. Ahora bien, porque la misericordia del Dios omnipotente se ha encontrado más abundantemente en vos que en otros mortales, no os ruego con tentación ni soberbia, sino suplicando humildemente la gracia de Dios a través de vos, que os acordéis de la palabra del Señor: "No desprecien a uno de estos pequeños".

Por tanto, os pido que no despreciéis las cartas de mi pequeñez, sino que por el amor de Jesucristo escuchéis clementemente mis súplicas y que intercedáis por mis pecados ante Dios, y que con vuestras santas oraciones aliviéis mi vida y os dignéis corregir mis negligencias mediante las cartas de vuestra amonestación. Porque la corrección de vuestra dulcísima caridad me es muy deseable.

Por lo tanto, me juzgo indigno del amantísimo don de vuestra carta, pero deseo recibir la recompensa de mi fe de parte vuestra. Pues creo que, por el espíritu a través del cual percibís todas las cosas pasadas, presentes y futuras, también os son patentes los secretos de mi corazón. Verdaderamente, nunca he visto un día más dulce que aquel en el que pudiera llegar a vuestra presencia. Pues preferiría caminar descalzo solo por escuchar vuestras palabras, y sería para mí sumamente agradable y deseable merecer recibir vuestras excelentísimas visiones o al menos alguna carta de vuestra bienaventuranza.

Que el Padre Omnipotente, por la virtud de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por la cooperación del Espíritu Santo, se digne conservaros en salud y por largo tiempo, para la corrección de su santa Iglesia.