Epístola 219: R219: Sacerdote O. a Hildegard von Rupertsberg

Un cierto sacerdote a Hildegarda:

A Hildegarda, querida madre, del hermano O., en señal de filial devoción. ¡Oh madre querida, qué harán los niños que no tienen a nadie que les dé leche! Los pequeños piden pan, y no hay quien lo parta para ellos. El sol también se ha cubierto con una nube, impidiendo que la oración lo atraviese. ¿Qué hará el hombre enfermo que busca un remedio para la salvación y no encuentra consuelo? La Iglesia está herida por el cisma, y la palabra de división, "aquí está" y "allí está", ya se manifiesta en la cabeza lo que ha de ocurrir en el cuerpo, y no hay salud donde ha pasado esta espada. ¿Qué dices entonces, madre honrada? ¿Crees que puede encontrarse aquello que es absolutamente necesario buscar? Pienso que el médico estará ausente mientras sienta la podredumbre de la herida. Acércate, pues, a lo inaccesible, entra donde no todos pueden acceder, y dile a tu amado: "¿Por qué duermes, Señor? Fuera están los que te buscan. Tu alma no está herida por el amor, sino golpeada por la espada de la disensión. Que la salud de tu oración venga a ellos, para que sean uno." Y cuando hayas derramado tu oración ante los ojos del Señor, vuelve a nosotros y comunícanos lo que has conocido en tu interior, según cuanto Él te conceda, pues su conversación es con los sencillos. Yo también tengo un alma mancillada, dividida y herida en muchos caminos, por la cual te suplico devotamente que ores a Dios. Pues soy atacado muchas veces, tanto en secreto como abiertamente, por espíritus malignos que me fatigan mucho y quieren seducirme. Te ruego que me respondas por escrito lo que piensas de esto. Que estés bien.