Epístola 195: R195: Tenxwind von Andernach a Hildegard von Rupertsberg

Tengswich, llamada maestra en Andernach, a Hildegarda:

A Hildegarda, maestra de las esposas de Cristo, T., llamada maestra de las hermanas de Andernach, con los más altos espíritus que un día se unirán en los cielos. La fama de vuestra santidad, ampliamente celebrada, nos ha traído a los oídos algunas cosas maravillosas y sorprendentes, y ha elogiado la excelencia de vuestra gran religiosidad y propósito singular a nuestra humilde condición.

Por el testimonio de muchos, hemos aprendido que se os revelan divinamente muchos secretos celestiales, difíciles de comprender para los mortales, y que todo lo que debéis hacer no es ordenado por deliberación humana, sino enseñado por Dios. También nos ha llegado otra información sobre vuestra costumbre de adornar a vuestras vírgenes en los días festivos con ciertos velos blancos, coronas decorosamente tejidas colocadas sobre sus cabezas, y en la parte trasera y en ambos lados imágenes angélicas, con la figura de un cordero impresa con decoro en la frente. Además, sus dedos están adornados con algunos anillos. Todo esto, como creemos, lo hacéis para aumentar el amor por el Esposo celestial, pues es justo que las mujeres se comporten con modestia, no con cabellos trenzados ni con oro, ni con perlas, ni con vestimenta costosa.

Además, lo que nos parece no menos sorprendente es vuestra costumbre de admitir en vuestra comunidad solo a aquellas que son nobles y de buen linaje. Aunque nos maravilla esto, sabemos que lo hacéis por una razón justificada, ya que no ignoráis que el mismo Señor eligió en la Iglesia primitiva a pescadores, a los pequeños y a los pobres, y que el bienaventurado Pedro dijo a los gentiles convertidos a la fe: "He comprendido en verdad que Dios no hace acepción de personas". Y no olvidando las palabras del apóstol a los Corintios: "No muchos poderosos, no muchos nobles, sino que Dios ha elegido lo que es débil y despreciado en este mundo".

Observando los preceptos de los padres que nos precedieron, que es conveniente que todos los espirituales sigan al máximo posible, sabemos con certeza que vuestras costumbres son justas y santas. Pues, oh venerable esposa de Cristo, la novedad de vuestra costumbre supera en gran medida nuestras humildes capacidades y nos llena de admiración.

Así, nosotras, que somos tan pequeñas, nos alegramos profundamente de vuestros progresos, pero deseando saber algo más cierto sobre este asunto, nos hemos atrevido a enviar estas cartas a vuestra santidad, rogándoos humildemente y con devoción que, por vuestra autoridad, tal religiosidad se incremente, y que vuestra dignidad no desprecie respondernos prontamente. Que estéis bien y recordadnos en vuestras oraciones.