Epístola 7: R7: Hildegarda de Rupertsberg a Alejandro III

Para Alejandro, Señor Apostólico. De Hildegarda.

Oh suprema y gloriosa persona que primero fue constituida por la palabra de Dios, por la cual toda criatura racional e irracional fue hecha en su género, a ti especialmente la misma palabra te concedió las llaves del reino celestial por medio de su encarnación, es decir, el poder de atar y desatar. Tú también, excelentísimo padre, eres la materia de todas las personas espirituales que son la trompeta de la justicia de Dios en la iglesia, la cual brilla revestida con varios ornamentos, mientras algunos brindan buenos ejemplos a otros imitando la vida de los santos, que, si hacen algo recto, lo atribuyen a Dios y no a sí mismos, y se alegran de sus buenos imitadores, siguiendo a los santos anteriores que dominaban su carne y se fortalecían a sí mismos con manifiesta victoria de la milicia celestial contra los vicios del diablo, y con buena voluntad miraban a Dios como los ángeles.

Así también tú, oh benévolo padre, imita al benigno padre que con alegría recibió al hijo penitente y retornado, matando al becerro engordado por él, y lavó con vino las heridas causadas por los ladrones, indicando así la aspereza de la corrección y la piedad de la misericordia. Y sé como la estrella de la mañana que precede al sol del día en la iglesia, que por mucho tiempo ha estado confundida por la oscuridad del cisma y carece de la luz de la justicia de Dios. Por tanto, según el celo de Dios, corrige y unge con el aceite de la misericordia a los penitentes, porque Dios quiere más la misericordia que el holocausto.

Ahora, oh padre muy benévolo, mis hermanas y yo inclinamos nuestras rodillas ante tu paternal piedad, orando para que te dignes mirar nuestra humilde pobreza, pues estamos en gran tristeza porque el abad del monte de San Disibodo y sus hermanos contradicen nuestros privilegios y elecciones que siempre hemos tenido. Siempre hemos sido muy cautelosas para prever que de ninguna manera nos sean arrebatados, porque si no nos conceden los temerosos y religiosos que buscamos, la vida espiritual se destruiría completamente en nosotras. Por tanto, señor mío, por amor de Dios, ayúdanos para que podamos obtener nuestra elección o, al menos, que podamos buscar y aceptar libremente a otros que nos guíen según Dios y nuestra utilidad.

Ahora de nuevo te rogamos, piadosísimo padre, que no desprecies nuestra petición ni a estos mensajeros, que han sido enviados por nuestro amigo fiel, buscando tu intervención. Y que hagas lo que buscan obtener de ti, para que después del fin de esta vida, que ya declina hacia el atardecer, llegues a la luz interminable y escuches la dulce voz del Señor: "Bien hecho, buen siervo. Porque has sido fiel en lo poco, te pondré sobre mucho. Entra en el gozo de tu Señor."

Inclina, por tanto, tus oídos de piedad a nuestras súplicas y sé para nosotros y para ellos un día claro, para que con la indulgencia de tu generosidad, podamos dar gracias al Señor en común, de manera que tú también goces para siempre en la eterna felicidad.