Epístola 252: R252: Hildegard von Rupertsberg a Convento von Zwiefalten

A la congregación de hermanas en Zwiefalten, Hildegardis:

Aquel que todo lo ve y nada le es oculto dice:

Un noble varón eligió para sí con gran diligencia a una esposa de rostro muy hermoso, con ojos de zafiro, cuya estatura era equilibrada y no torcida en ninguna diversidad, sino que era hermosa en todos sus ornamentos. Ella también fue muy amable en todas sus costumbres, de modo que le convenía toda sinfonía en cítaras y en todo tipo de música, siendo tal que no quiso ser concubina ni danzarina con vestimenta de meretriz, ni quería vagar por diversas plazas, ni hablar para la burla de los jóvenes.

¡Oh vanidad y suciedad de los dardos diabólicos y oh ignominia de la lascivia de las jóvenes, tiemblen ante estas palabras! Cuando una mujer, por causa de Dios, se aparta de la unión matrimonial, rehusando unirse a un hombre, ¡cuán grande es su nobleza entonces, porque le conviene la desposación del Rey supremo, ya que ha rechazado al hombre carnal! Así debe abrazar a Dios y adherirse a su Señor, porque no tiene esposo terrenal. Pues ella debe permanecer como Eva antes de que Dios la presentara a Adán, cuando ella entonces no miraba a Adán sino a Dios.

Así debe hacer la mujer que, por amor a Dios, rechaza al hombre carnal: debe mirar a Dios y no a otro hombre que anteriormente no quiso tener. Pero es muy duro y amargo, debido a la astucia de la antigua serpiente, que la vitalidad de la carne en sí misma esté siempre seca. Sin embargo, cuando una mujer está armada muy fuertemente, de modo que se coloca en la cámara del Rey y abraza al mismo Rey con dulcísima caridad, rehusando cumplir con el oficio del ardor carnal en la concupiscencia, sino queriendo poner su ánimo en Dios, rechazando el placer de su carne, debe mirar como el águila al sol y como la paloma a través de sus ventanas, pensando y esforzándose en cómo apartar su alma de las riquezas y placeres mundanos y de la compañía de un hombre carnal.

Por lo tanto, la mujer que no quiere ir a la cámara del hombre carnal por amor a Dios, debe estar conmigo en la vida espiritual, yo que soy sin principio y sin fin, y no debe estar en abrazos furtivos, amando en secreto a un rústico. Pero si hace esto, no está conmigo, porque tiene los modales de una víbora. Por lo tanto, la mujer que arde con tal fervor que no puede abandonar el mundo, no debe subir a una peligrosa altura, ni escalar una alta montaña, para que no caiga luego en un abismo, porque primero fue desposada conmigo y luego fue a abrazos carnales.

Pues la virgen María se regocijó en el calor del Espíritu Santo y su virginidad floreció. Pero ninguna mujer debe comenzar algo en lo que el Espíritu Santo no la ha enviado, para que luego no quede vacía. La mujer que quiere volverse hacia mí no debe estar dividida en la dispersión de su corazón por la ambición de este mundo, ni debe ser torcida por los ardores de la soberbia, sino que debe ser firme en todos los ornamentos de las virtudes y en la nobleza de la caridad y la justicia que dominan en todas las cosas hermosas del Rey supremo.

Ahora tú, multitud de jóvenes, escucha lo que la voz suprema te dice: No seas concubina ni pongas tu mente en la vanidad de la soberbia, de modo que quieras discernir el honor del rey a cada uno según su estado, pensando que para mí no es posible discernir entre el sol, la luna y los demás ornamentos del cielo. La meretriz tiene todo como si fuera igual y semejante: el príncipe como al rústico. Quien así actúa, me deshonra, haciendo la sabiduría igual a la ignorancia y la piedad a la vanidad, y las demás virtudes semejantes al cobre.

Ahora, ustedes jóvenes, no sean danzantes imitando los peores hábitos según lo que les plazca, para que no se engañen unas a otras en todas las cosas si actúan así. Pues la danzante baila para cada uno según la vanidad de ese individuo. Y no anden con puertas abiertas por la suciedad de su mente, ni hagan señas en movimientos lascivos con la petulancia de la amplitud de su corazón, como amando en las plazas aquello que despreciaron en los abrazos del rey, cuando ponen al rústico en sus abrazos en lugar del amor regio.

Por lo tanto, la mujer que no quiere tener la compañía de un hombre carnal, de ningún modo debe estar en lo público, porque eso no le conviene, sino que debe permanecer oculta en cuerpo y mente, como una paloma en su caverna, para que no la atrape el halcón, es decir, el espíritu masculino.

Ahora tú, multitud, levántate rápidamente a la primera y real desposación con tu primer y principal esposo. Pues él te llama. Enmienda y corrige aquello en lo que lo ofendiste, y él te recibirá en la salvación eterna. Y vivirás.