Epístola 274: R274: Hildegarda de Rupertsberg a los Cistercienses

A los monjes grises. De Hildegarda.

Yo, una pequeña y pobre criatura, acostada en el lecho de la enfermedad por más de dos años, he visto estas cosas y he escuchado una voz del cielo que me decía: "Escribe lo que ves y oyes para el pueblo espiritual que Dios, en su presciencia, ha previsto con milagros de profecía, según le ha placido." Así comienza: Dios prefiguró ciertas obras virtuosas que realizó en sus santos y elegidos mediante los cuatro animales del secreto de Dios. Pues, a través de estos animales y otros milagros, Él manifiesta sus misterios ocultos a la humanidad, tal como lo mostró al profeta Ezequiel y a su amado Juan, deseando separar y congregar al pueblo espiritual del pueblo común.

Juan dice: "En medio del trono y alrededor del trono había cuatro animales, llenos de ojos por delante y por detrás." Esto significa que, en la fortaleza del poder de Dios, que es Dios y hombre, y en toda parte donde se extiende su poder, los fieles, imbuidos por los cuatro evangelistas, deben ser rumiadores de los preceptos de Dios y poseer la plenitud de la circunspección de las virtudes, para que vean de dónde proceden y también lo que serán en el futuro. Porque Dios es fuego, y sus ángeles a menudo anuncian sus maravillas a los hombres, y los ardientes espíritus de su trono son los que resplandecen ante su presencia y arden en su amor, deseando nada más que lo que Él desea. De ellos se ha dicho: "Tú haces de tus ángeles espíritus y de tus ministros un fuego ardiente." Esto significa que Tú, Omnipotente, haces que tus mensajeros, es decir, aquellos que son enviados para la salvación de los hombres, sean espíritus cuando, cesando su misión, están en la vida inextinguible ante Ti, y también sean espíritus tus mensajeros cuando, cumpliendo tus preceptos, se convierten en mensajeros.

Los ángeles son mensajeros, pues transmiten a Dios cada inspiración del aliento que Él ha enviado al hombre. De esta manera, son oficiales para los hombres, porque recogen y disciernen sus obras, y por las obras de los hombres, que son realizadas por el Espíritu, también son llamados espíritus, y ángeles porque a menudo son enviados por el soberano celestial para ejecutar sus juicios. Pero haces que tus ministros, que en todas partes sirven a tu voluntad, sean un fuego ardiente, cuando arden en tu amor, en el cual, incluso en ese ardor, te sirven de nuevo con alabanza incansable. Porque los ministros de Dios, que siempre contemplan su rostro, brillan como una llama, y en ese brillo ven sus maravillas, y al reconocerlas en su asombro y alabanza, son un fuego ardiente y arden por Dios, que es fuego, sin ser encendidos ni apagados por otro, sino ardiendo inextinguiblemente en su amor, ya que Él, revestido del manto de la humanidad, siempre los lleva a admirar sus milagros.

Dios se ha ceñido con el manto de su fortaleza, por el cual ha establecido al hombre como un espejo de su honor y sus maravillas, para que el hombre luche contra el diablo y lo venza, y así persevere siempre en la alabanza divina. De la misma manera, Dios hace que aquellos que son sus mensajeros, proclamando palabras de salvación a los hijos de la Iglesia, sean espíritus cuando les ordena resistir a la carne y servir al espíritu, y habiéndolos convertido completamente en seres espirituales, luego les confía con mayor confianza la divulgación de sus preceptos a su pueblo. También hace que aquellos que, sirviéndole día y noche en trabajos, ardan en su amor y sean así un fuego ardiente, y siendo hechos fuego, trabajen sin tedio en su servicio.

Dios, en su presciencia, había preordenado que realizaría milagros y sus misterios ocultos, que están en los ángeles, también en los hombres, marcando así que los ángeles hablen con los hombres, como sucedió con Abraham y Jacob, y también como el asno de Balaam habló. Los espíritus angélicos que le sirven, alabando y honrando su rostro, están como cubiertos por sus misterios ocultos, como por un manto, y por eso también son llamados un fuego ardiente. Y a través de estos ministros ígneos, que están cubiertos como por un manto con los secretos de Dios, se designan los ermitaños, que se niegan a sí mismos, viviendo como si no fueran hombres y evitando la compañía de los hombres.

Porque Dios, a través de su obra, que es el hombre, realiza grandes maravillas, que predestinó en los espíritus angélicos y que fulguran ante Él con alabanza y honor maravilloso. Y como se mencionó antes, en torno al trono se muestran los cuatro animales llenos de ojos por delante y por detrás. Estos son todas las obras santas que Dios realiza en estos hombres, quienes dirigen su mirada hacia Él y su trono: por la fe hacia el oriente, por la esperanza hacia el sur, por la memoria de la caída del primer padre hacia el occidente, como mirando hacia atrás, y por la providencia dirigiendo sus ojos hacia el norte, para que el guerrero del norte no los haga caer con la enfermedad de la soberbia ni con la ardiente llama del incesto.

Con estos ojos que tienen por todas partes, deben anhelar a Dios, para que no se extingan de la fe, ni se separen de la luz, ni se acerquen tanto al norte que sean sofocados por la muerte eterna. Esto es como en torno al trono, porque el oriente, el sur y el occidente muestran a Dios, pero el norte, siendo completamente vencido por Él, está sometido a Él como un escabel para sus pies. Y luego está escrito: "El primer animal era como un león, el segundo como un becerro, el tercero tenía rostro como de hombre, y el cuarto era como un águila volando." Esto significa: El primer animal representa a los hombres con capucha, que primero, con la fortaleza del león, se abstraen completamente del mundo, y así son semejantes a esos ministros ígneos que están cubiertos con los secretos de Dios, como con un manto, y que siempre contemplan el rostro de Dios.

Su vestimenta no es del mundo, sino que fue maravillosamente ordenada por Dios, como Dios lo dispuso en aquellos que primero, al mostrarse y enseñar, la presentaron. Pues su capucha fue prefigurada por los espíritus angélicos que miran el rostro de Dios y no a otro, y su amplitud se extiende como una nube, porque los ángeles han sido vistos muchas veces en las nubes, y porque también la vestimenta de la inocencia de Adán era como una nube luminosa. Estos hombres cubren su cabeza con la capucha, para no desviarse ni a la izquierda ni a la derecha, sino que caminan rectamente ante ellos en el ímpetu del espíritu, siempre mirando a Dios para no apartarse de las buenas obras.

Todo esto debe hacerse en obediencia, como el Hijo del Hombre lo mostró en sí mismo, para que se observen los preceptos de los maestros con el temor de Dios, como el hombre teme perecer ante la voz del trueno, así también debe temer los pecados. Pues así como el león supera a las demás bestias en fortaleza, así estos superan a los demás hombres en la fortísima fuerza de la divinidad, porque aunque son hombres, no viven como los hombres. Cuando el hombre, renunciando al mundo, se ofrece a sí mismo a Dios, acusa al mundo, de modo que en todo le resulta inútil, y así eleva su mente, como dice Daniel: "Miraba en la visión nocturna, y he aquí que con las nubes del cielo venía uno como hijo de hombre, y llegó hasta el Anciano de días."

Esto significa: cuando elevé mi mente hacia las cosas celestiales, miraba en la consideración de muchas adversidades que todos los milagros celestiales y divinos que Dios realizó en los espíritus angélicos serían prefigurados por su Hijo en los hombres, y así el mismo Hijo llegó hasta el Anciano de días, porque el Hijo de Dios es Dios y hombre, y así Dios y hombre son un solo Dios. Pues Dios es hombre, y este hombre es Dios. Pero también las buenas obras de los hombres y las alabanzas de los ángeles se unen, y son una sola cosa en Dios.

A estos hombres con capucha se les asocia una multitud de vírgenes, que abandonan al hombre con amor y riquezas, y renuncian al mundo entero. Pues así como la virgen debe estar apartada de los placeres de este mundo para no amamantar los pechos de la voluptuosidad, así también la multitud con capucha debe estar apartada del mundo, para no ejercer ningún oficio secular con él. Y así como la virgen ha sido apartada del hombre, de modo que no está bajo su cuidado ni poder, sino que es libre de él, así también el monje, apartado del mundo, no debe estar sometido a él, sino que debe permanecer libre de él.

La virginidad también simboliza al sol, que ilumina todo el mundo, porque Dios unió la virginidad a sí mismo, y ella, dejando al hombre, dio a luz a Aquel que fue bañado por el rayo de la divinidad, que gobierna todas las cosas. Pues el Rey que gobierna todas las cosas es Dios, y la virginidad se unió a Él cuando Dios y hombre nacieron de una virgen. Así, la reina se coloca a su derecha, vestida de oro, rodeada de variedad, porque la virginidad se mantuvo firme en la virtud de la divinidad, luchando contra el diablo, en una obra resplandeciente, rodeada por una multitud de diversas virtudes. La divinidad se desposó con la virginidad cuando el primer ángel cayó a la izquierda, y en ese momento también eligió a su pueblo de salvación en Adán, al que llamó su mano derecha. De ese pueblo, unió a la virginidad a sí mismo, que produjo la mayor obra, porque así como Dios creó todo por su palabra, así también la virginidad, por el calor de la santa divinidad, dio a luz al Hijo de Dios.

Así, la virginidad no está sin fecundidad, porque la virgen dio a luz a Dios y al hombre por quien todas las cosas existen. Y de la misma manera, todas las virtudes del Antiguo y del Nuevo Testamento, que Dios realizó en sus santos, están adornadas como un manto decorado con oro, y la virgen las recogerá libremente para sí, porque no está limitada por la unión con un hombre. La rueda que vio Ezequiel también prefiguró la virginidad, porque esa misma virginidad fue prefigurada en la ley antes de la encarnación del Hijo de Dios.

Después de su encarnación, ella (la Virgen) realizó numerosos milagros de manera admirable, porque Dios purificó todas las culpas a través de ella y ordenó correctamente cada institución. La virginidad soporta lo antiguo y sostiene lo nuevo, y es la raíz y el fundamento de todos los bienes, porque siempre ha estado y siempre estará con aquel que es sin principio ni fin. Pues la naturaleza humana, que fue perdida debido al pecado, revivió en la salvación a través de ella, ya que ella apartó los pecados de los hombres mediante una naturaleza ajena.

El segundo animal, semejante al becerro, representa a aquellos en el estado clerical que se dedican al sacrificio divino, es decir, a los que trabajan la viña del Señor de los Ejércitos y cultivan el campo de los preceptos de Dios arando en todas partes. También se refiere a aquellos que son llamados ángeles del Señor de los Ejércitos, quienes, por ello, deben ceñirse con el cinturón de la castidad para no caer en la vanidad de los placeres carnales, sino para arar vigorosamente el campo con el arado. Tendrán también la circuncisión de la sobriedad, porque a través de ellos se lavan los pecados de los hombres, y esto se hace en misericordia, ya que ellos mismos sienten los pecados en su interior.

Estos dos grupos de hombres, representados por el león y el becerro, atraen a otro grupo, que llaman conversos, aunque muchos de ellos no se convierten verdaderamente a Dios en sus costumbres, porque prefieren la contradicción a la rectitud y realizan sus obras con temeridad, hablando así de sus prelados: "¿Quiénes son estos? ¿Y quiénes fuimos y qué somos nosotros?" Y porque actúan de esta manera, son semejantes a los falsos profetas, y no juzgan correctamente cómo Dios ha constituido a su pueblo.

Vosotros, que teméis a Dios, escuchad la voz del Señor que os dice: Apartad de vosotros estos males mencionados anteriormente y purificaos antes de los días de la tribulación, cuando los enemigos de Dios y vuestros os perseguirán y os llevarán al recto camino de la humildad y la pobreza, para que ya no permanezcáis en la gran amplitud en la que habéis estado hasta ahora. Así como Dios cambió la antigua ley desde su costumbre a la vida espiritual y purificó cada institución previa para ser más útil.

En el primer amanecer, Dios permitió a Adán cultivar la tierra, a Abel ofrecer sacrificios y a Noé edificar el arca, y esto hasta el sacerdocio supremo que surgió con la encarnación de Cristo, que primero fue prefigurado por Abraham a través de la circuncisión y por Moisés a través de la legislación. Pero todas estas cosas las cumplió después el Hijo de Dios en su humanidad. Por tanto, deben ser entendidas por el hombre.

Después de la caída de Adán, Dios prefiguró correctamente su orden tanto en los hombres como en los ángeles. Sin embargo, no sería apropiado que un sacerdote asumiera las funciones de un agricultor, ni que un discípulo ejerciera las funciones de un maestro, ya que el agricultor debe imitar al sacerdote, y el discípulo al maestro, en el temor de Dios y en la paciencia humilde.

El Dios omnipotente se da a conocer en sus obras, como comenzó a trabajar en Adán, a quien le dio la tierra para que la cultivara y procreara hombres, porque Dios también creó todas las cosas y prefiguró a su Hijo, que sería ofrecido en sacrificio para la redención del pueblo, a través del sacrificio de Abel, y prefiguró en Noé, que construyó el arca, que en el pueblo espiritual deberían establecerse maestros.

Ahora, vosotros, maestros, corregid y disciplinad a estos hombres, llamados conversos, en vuestro orden, porque la mayoría de ellos no trabaja ni de día ni de noche, ya que no sirven plenamente ni a Dios ni al mundo, y sacadlos de esa ignorancia, como un buen boticario limpia su jardín de hierbas inútiles. Y observando en vosotros mismos según vuestro orden y entendiendo con justicia, no juzguéis injustamente.

No sería adecuado que el león, el becerro, el hombre y el águila se opusieran entre sí en sus significados, sino que cada uno debe aportar justicia al otro en la figura de la verdad. Pues el sol, junto con la luna y las estrellas, iluminan bien y ordenadamente todo el mundo. Por lo tanto, aquellos que son designados por el Hijo del Hombre para curar a los hombres pueden sanar, ungir y santificar el bautismo con humilde obediencia. Pues todo sacerdote que ha sido ungido por Dios y nombrado sacerdote puede ungir y curar las heridas de los pecados con la justicia del juicio, porque tiene este oficio de Dios y, por lo tanto, no debe descuidarlo.

Y yo, una pobre e indocta forma femenina, vi una bestia cuya cara y patas delanteras eran semejantes a las de un oso, y cuyo cuerpo restante mostraba la semejanza de un buey, excepto que sus patas traseras tenían la semejanza de las patas de un asno, y carecía de cola. Tenía tres cuernos en la cabeza, dos de los cuales, semejantes a los cuernos de un buey, estaban cerca de las orejas, y el tercero, situado en medio de la frente, se asemejaba a un cuerno de cabra. La cara de esa bestia miraba hacia el oriente, mientras que su parte trasera se volvía hacia el occidente.

Esto debe entenderse así: Esta bestia, cuya cara y patas delanteras son semejantes a las de un oso, representa a ciertos hombres que ocultan costumbres bestiales, aunque manifiestan mansedumbre en sus palabras, pero en los ejemplos de sus acciones, donde deberían avanzar hacia la rectitud, muestran la temeridad y dureza de la perversidad. Su cuerpo restante se asemeja a un buey, excepto que sus patas traseras se asemejan a las de un asno y carece de cola, porque esos hombres aparentan llevar el yugo de Dios como un buey, pero en sus acciones posteriores manifiestan las costumbres de un asno que cae bajo el peso, y no muestran tener cola, porque carecen de lo que el Señor manda, que se ofrezca el sacrificio con la cola, es decir, que no llevan a la perfección la bondad que comenzaron en la humildad y la pobreza hasta alcanzar la bienaventuranza.

El hecho de que tenga tres cuernos en la cabeza, dos de los cuales, semejantes a los cuernos de un buey, están cerca de las orejas, significa las tres vidas humanas que se sostienen en el comercio principal, de modo que dos de ellas simulan la figura de aquellos que trabajan en el campo del Señor y prestan atención a la palabra de Dios, mientras que el tercero, situado en medio de la frente, se asemeja a un cuerno de cabra, porque este manifiesta a esos hombres espirituales en la fortaleza de su confianza, que en la suciedad del cabrón se esfuerzan por alcanzar una altura que de ninguna manera pueden sostener. En esta altura desprecian a los demás pueblos como los fariseos despreciaban a los publicanos, y se consideran a sí mismos superiores, asumiendo ciertos cargos oficiales en las regiones, para que, mediante ellos, se les considere mejores y más excelentes que los otros dos cuernos, y así aparenten ascender a la altura de la santidad.

También se unen a las preocupaciones seculares y abarcan una gran riqueza, como si cultivaran toda la tierra con sus labores, y por ello adquieren una amplitud de riquezas más allá de lo que deberían. Hacen como aquel joven a quien el Hijo de Dios dijo que vendiera todo lo que tenía y lo diera a los pobres, y él se fue triste porque quería tener tanto las riquezas del mundo como la vida eterna, lo cual era difícil que sucediera. Estos hombres quieren tener el cielo y la tierra al mismo tiempo, lo cual es imposible, porque en la adquisición y posesión de riquezas no pueden permanecer sin caer en la soberbia del orgullo y en la propiedad del placer, al igual que sería imposible para un hombre mantenerse en la cima de una montaña sin caer al ser sacudido por una fuerte tempestad.

Tampoco tienen el amor y el temor que tiene el necesitado, quien extiende su mano para ayudar y dar limosna, sino que se envuelven en la necedad del asno, que se deja cargar con grandes pesos hasta que se desploma bajo el mismo. Pues quieren llevar el yugo de la vida espiritual y las preocupaciones del mundo, pero no pueden sostenerse en ellas, y por eso caen como el asno. Así, la cara de esa bestia está orientada hacia el oriente, mientras que su parte trasera se vuelve hacia el occidente, porque mientras parecen atender a la vida espiritual, también están apegados a lo secular, imitando así a los ángeles caídos que, confiando en sí mismos, cayeron de la gloria celestial.

Y el tercer animal que tenía rostro de hombre simboliza a los hombres seculares, quienes realizan sus obras con el cuidado del cuerpo y del alma, pero con buena intención ascienden hacia Dios como si volaran con alas, porque todos los buenos deseos se emiten desde el corazón del justo como un rayo de sol, y por eso parecen alados. También corren a observar los preceptos de la ley y del sacerdote, se conmueven para dar limosnas con misericordia, y miran hacia la tierra para ver cómo crecen en ella y, en la procreación de la descendencia, se consideran iguales al polvo de la tierra y se llaman a sí mismos pecadores. Así, en la vida secular, tienen más pena que placer en los goces carnales, y de esta manera llegan a sus maestros, es decir, a los sacerdotes, cambiando su rostro, que había probado el pecado, y confesando sus pecados por la gracia del Espíritu Santo en la penitencia, renovándose así, como está escrito: "Renovarás la faz de la tierra."

Esto significa: "Oh Dios, renovarás la voluntad del hombre en un nuevo espíritu, aquel que se esforzaba en pecar, de manera que lo convertirás del mal deseo al buen deseo." Pues a través de los penitentes, renovarás la faz de la tierra, cuando el hombre siente y sabe que está tan envuelto en pecados que no puede evitar pecar, y, sin embargo, se convierte a la renovación mediante la penitencia. Si el hombre no pecara, no se renovaría. Algunos también se renuevan de otra manera, es decir, cuando huyen del pecado por el temor de la penitencia, de modo que no desean pecar, y otros de otro modo, cuando evitan los pecados que sienten en sí mismos y que podrían cometer por amor a las virtudes; de esta manera, también reciben la renovación a través del Espíritu Santo.

Así como la tierra, en tiempo de verdor, no deja de dar fruto, y en tiempo de sequía palidece y se marchita, y luego regresa a su verdor, así también Dios dispuso al hombre para que en sus obras se renueve en sí mismo. Pues la Escritura debe ser dividida correctamente en todas las obras del hombre, así como de una sola agua se dividen muchas aguas, tal como Dios dividió las aguas por toda la tierra.

Estos hombres seculares siempre se examinan a sí mismos y consideran quiénes son, cómo viven y cómo pueden apartar los pecados de sí mismos, y así viven con el temor de Dios en las cosas terrenales, pero no abandonan las celestiales. Pues ofrecen sacrificios a Dios en sí mismos cuando lo adoran, de modo que resplandecen como la luna cuando suspiran hacia Él desde lo más profundo del corazón. Pero cuando fallan en sus pecados, como la luna que mengua, se levantan inmediatamente a través de la penitencia, así como la luna se levanta después de menguar por el sol.

También duermen entre los cleros medios, con alas de paloma plateadas, porque donde duermen para no pecar, están en medio de maestros que vuelan en la simplicidad del conocimiento puro, y esto hacen cuando se apartan de los pecados que han comenzado y cuando descansan de ellos, inclinando la cabeza entre sus alas para descansar, es decir, amando las cosas celestiales y confesando sus pecados en las causas terrenales mediante la penitencia. Por eso, bienaventurados son los muertos que mueren en el Señor, porque aunque vivan secularmente según la ley, ¡oh, qué gran milagro hay en ellos, que viviendo así y dejando los pecados por la amargura de la penitencia, son hombres! Y así serán semejantes a ese animal que tiene rostro de hombre, porque cuando cometen pecados terrenales, se oponen a ellos mediante la penitencia y se apartan de ellos, tal como la naturaleza de los animales es ajena a la naturaleza humana.

Así que, en la ciencia de las buenas obras, parecen plateados, porque tienen las costumbres simples de un niño que no conoce el pecado. No desean abrazar ni alimentar el pecado, y cuando se esfuerzan por brillar en esta simplicidad, entonces sus espaldas aparecerán en el resplandor del oro, porque sus espaldas, donde antes eran fuertes en los pecados cuando solían pecar, ahora, proyectadas hacia atrás en el temor del Señor, demuestran sabiduría, ya que resplandecen en los buenos actos adornados con oro.

El cuarto animal, semejante a un águila volando, muestra a ciertos hombres que se abstienen de pecar, aquellos que se elevan desde la vida secular hacia la continencia, como sucedió con María Magdalena, que, rechazando todos sus pecados, los consideró como lodo y eligió la mejor parte, y se asentó en la aurora de la santidad.

En el Antiguo Testamento, muchos dejaron los pecados por el tedio de este mundo, y muchos también se abstuvieron de pecar por amor a la justicia. Ahora, sin embargo, en el nuevo sol, es decir, en Cristo Jesús, se les llama continentes, porque se convierten en la simplicidad de un niño que no conoce el pecado cuando rechazan el pecado y lo desconocen en su voluntad.

Suben al cielo en dos partes, porque, con buena intención y con santo deseo, aman las cosas de arriba más que cualquier otra cosa, aquellos que antes no conocían el mundo, y vuelan hacia arriba como el águila, que busca alturas más elevadas que cualquier otra ave. Así, se convierten en el resplandor de la vida eterna de tal manera que no pueden ser saciados de ella, y pisan con el ardor del verdadero sol lo que antes hacían, estando envueltos en pecados.

En la fortísima fuerza de la santidad, consideran cuántos dolores y cuán pesados son los pecados, que antes palpaban y tocaban, y ahora los matan dentro de sí mismos como un cadáver mortal, y sujetan y persiguen su cuerpo como una oveja sacrificada. Así, levantan la vista hacia el sol ardiente, arrojando hacia atrás y considerando como polvo todas las cosas seculares que antes conocían, y despreciando el temor del infierno en su ardiente amor por Dios, confiando en que deben perseverar en la fe y en la esperanza.

De esta manera, hacen como dice Isaías, que los serafines cubrían su rostro con dos alas, alas que significan la fe y la esperanza, porque en la fe los hombres fieles ven a Dios, y a través de la esperanza desean las recompensas eternas. Con dos alas cubrían sus pies, que representan la sensualidad y el intelecto, con los cuales esos mismos hombres cubren la desnudez de sus pecados, para que no cumplan los deseos carnales de su propia voluntad. Y con las otras dos alas volaban, que demuestran el amor de Dios y del prójimo, porque cuando aman a Dios sobre todas las cosas, asisten a su prójimo en sus necesidades, y así vuelan sobre todas las cosas con la fortaleza de Dios, trascendiendo todo lo terrenal.

También examinan diligentemente cada cosa en los pecados, para que se aflijan a sí mismos mediante la abstinencia del pecado, y así también, en pleno deseo, adornan la Jerusalén celestial con las preciosas piedras de las buenas obras. En la vida alegre de los preceptos de Dios, no dormitan, sino que siempre suenan como una trompeta, en la novedad del deseo del alma, porque son ardientes suspiros que tienen hacia Dios en la oscuridad nocturna en que nacieron en los pecados, cuando lo conocen en temor y amor, diciendo que Él es santo, el que creó todas las cosas, y que es santo, el que nunca fue mortal, y que es santo, el que rompió el infierno y sacó a sus elegidos de allí.

Bienaventurados son los hombres que, obrando bien y alabando a Dios, nunca cesarán, y cuando cesen de obrar, después del fin de su vida, no dejarán de alabar a su Creador. Y yo, una pobre e indocta mujer, débil e enferma desde mi infancia, fui obligada por la mística y verdadera visión a escribir este mensaje, y lo he escrito, acostada en mi cama en una grave enfermedad, por orden y ayuda de Dios, para presentarlo a los prelados y maestros que han sido señalados para el servicio de Dios, para que en él se consideren a sí mismos como en un espejo, quiénes y cómo son, y para que también lo muestren y lo revelen a aquellos que les están sujetos en obediencia.

Y escuché una voz del cielo que decía: "¡Que nadie desprecie estas palabras, para que no caiga sobre él la venganza de Dios si las desprecia!"