Epístola 103: R103: Abad E. von Averbode a Hildegard von Rupertsberg

Abad de Averbode. Hildegarda.

Coronada con flores de virtudes santas, Hildegarda, gloriosísima sierva de Cristo de Bingen. E., humilde e indigno proveedor de los hermanos en Eberbach, por la dedicación al buen propósito, remunerado con el denario diario del Evangelio. No cesaré de dar inmensas gracias a Dios, quien ha colocado a vuestra persona excelsa como una lámpara ardiente y luminosa, no oculta bajo un celemín sino sobre el candelabro. Él, que con visita angélica y la gracia de su Espíritu no deja de proteger y consolar vuestra reverenda santidad, quien también ha difundido la buena fama de vuestra reputación, no solo en la región de Germania, sino también en nuestras y otras partes del mundo, tan ampliamente como el buen aroma de su fragancia, de modo que con razón podéis decir con el apóstol: "Somos el buen olor de Cristo para Dios en todo lugar".

Y nosotros, congratulándonos por tan alto pico de vuestra piedad, nos vemos compelidos a decir: "¡Cuán hermosa te has hecho en delicias, hija del príncipe! Nos regocijaremos y nos alegraremos en ti, recordando tus caricias más que el vino". En ellas, nosotros, los débiles, encontramos qué succionar, y los fuertes y robustos, según la sabiduría dada por Dios a vos, tomando alimento sólido, pueden decir irreprochablemente: "Tus labios destilan mirra escogida y tus labios destilan miel, oh esposa amada por Dios". Porque la ciudad situada en el monte de las virtudes no puede esconderse, ya que el Señor os ha constituido una columna inamovible e inconmovible en medio de su iglesia, para que, entre los peligros tempestuosos de este mundo, su pueblo, redimido por el precio de su sangre, aprenda por vosotros qué debe desear y qué debe evitar, y, instruido por los ejemplos de vuestras buenas virtudes, progrese de día en día y ascienda de virtud en virtud sin pereza, para poder ver al Dios de los dioses en Sión.

Confiando, pues, en la obtención de vuestras oraciones, aunque no sea digno de recibir la corona de los trabajos, al menos sea mi premio haber huido del castigo. Por tanto, me encomiendo diligentemente a vuestras oraciones, porque muchas veces he ofendido la piedad de Dios con grandes pecados. Adiós, amadísima señora, y rogad por mí, indigno, al Señor, y con las palabras dadas por Dios, saludadme.