Epístola 5: R5: Adriano IV a Hildegarda de Rupertsberg

De Adriano papa. Para Hildegarda.

Adriano, obispo, siervo de los siervos de Dios, a Hildegarda, amada hija en Cristo, prepuesta de San Roberto, saludos y bendición apostólica.

Nos alegramos, hija, y exultamos en el Señor porque la reputación de tu honestidad se difunde tan lejos y ampliamente que para muchos te has convertido en un aroma de vida para la vida, y por la multitud de fieles eres proclamada en alabanzas. ¿Quién es ésta que asciende por el desierto como una columna de humo?

Por eso, aunque consideramos que tu alma está tan encendida con el fuego del amor divino que no necesitas ninguna exhortación para obrar bien, hemos considerado superfluo multiplicar palabras exhortativas para ti, y apoyar tu alma suficientemente sostenida por la virtud divina con alguna adición de palabras. Sin embargo, porque el fuego se agranda con el viento soplando, y el caballo veloz es estimulado por las espuelas, consideramos apropiado proponer esto a tu religión, a saber, que no se borre de tu memoria que no al que comienza sino al que persevera hasta el fin se le debe la palma y la gloria. Dice el Señor: Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de mi Dios.

Piensa, hija, que la serpiente que primero expulsó al hombre del paraíso, desea perder a los grandes como a Job, y habiendo devorado a Judas, busca poder para zarandear a los apóstoles. Y porque sabes que muchos son los llamados, pero pocos los escogidos, inclúyete entre el número de los pocos, perseverando hasta el fin en la santa conversación, e instruye a tus hermanas en las obras de salvación, de tal manera que con ellas puedas llegar a aquella alegría, concedido por el Señor, que ni ojo vio, ni oído oyó, ni ha subido al corazón del hombre.

Por lo demás, deseamos escuchar palabras de consejo sobre ti, porque se dice que estás impregnada del espíritu de los milagros de Dios, lo cual nos llena de gran alegría y damos gloria a la gracia divina.