Epístola 151: R151: Adelheid von Gandersheim a Hildegard von Rupertsberg

Adelheid, abadesa. A Hildegarda.

Adelheid, abadesa de la iglesia de Gandersheim, aunque indigna, a Hildegarda, madre querida de San Roberto, esposa libre de Jerusalén, los besos del esposo. Un árbol bueno se reconoce por su buen fruto, y no debe ser llevado al olvido, porque fructificando dulzura ha merecido el dulce amor de los buenos. Por tanto, será considerado inferior al bruto animal quien se aferra menos bien a lo que es dulcemente bueno. Así que tú, paloma de Cristo, no seducida, sino de gran y puro corazón, así como el bien no se convierte en mal, la luz en tinieblas, ni lo dulce en amargo, no te apartas de mi corazón. Por lo tanto, debes recordarme con frecuencia, ya que está claro que estoy unida a ti tanto por amor como por la cercanía de una devoción íntima. No quiero, entonces, que la flor del antiguo alimento haya marchitado en tu corazón, aquella que en su momento floreció entre tú y yo, cuando me educaste dulcemente. Te ruego, por el amor de esto y la caridad de tu amado esposo, que ores por mí y por mi rebaño y por el lugar que me fue confiado con tu permiso, y que también nos encomiendes a las oraciones de todas tus hermanas.

También te pido que obtengas para mis hermanas el consorcio de tu fraternidad entre esas mismas hermanas tuyas, y aún más, entre las mías. Y cuando alguien de entre vosotros venga a nosotros, mediante cartas enviadas, háznoslo saber en Cristo, si deseas algo más. Yo, por mi parte, cuando el tiempo lo permita y si Dios quiere, no demoraré en venir a vosotros, para que hablemos cara a cara y, con mano en mano, obremos lo que es bueno, y así se consolide la antigua sociedad, que en nosotros confirme Dios con su caridad. Tú, que habitas en los jardines, escucha, y saluda a todas tus cohabitantes, es decir, a mis queridas hermanas, de parte mía, lo más íntimamente posible. Y alégrame con cartas de recomendación.