Epístola 111: R111: Abad W. von Hane a Hildegard von Rupertsberg

Abad en Hane a Hildegarda.

A Hildegarda, amada por Dios y venerable maestra de las hermanas de San Roberto en Bingen, Vv., prelado de los hermanos en Hane, aunque indigno, os desea el don del conocimiento y la sabiduría, y la recompensa de la perpetua integridad. Tan pronto como escuché la fama de vuestra santidad, me apresuré a enviaros mis cartas para saludaros. Pero, como no estoy seguro de si llegaron a vuestras manos o no, he añadido nuevas cartas a las anteriores y continúo enviándolas muchas veces, hasta que sepa con certeza que han sido entregadas en vuestra presencia.

Y ahora, en estas cartas que os envío, me refugio, muy pobre y necesitado, en la ayuda de vuestras oraciones. Porque, aunque conservo la figura humana, no sé si he recibido algún don del Altísimo: mi visión se oscurece, mi oído se ensordece, mi lengua se restringe por la falta de palabras, y la devoción de mi mente en las alabanzas divinas se silencia por la lentitud de mi entendimiento. Mi memoria se vacía por la fragilidad, mi ánimo se infla de orgullo, se enciende con ira, se oprime con tristeza, se deprime con desidia, y se confunde con contumelia debido a la pusilanimidad y la vergüenza.

Pero a todos estos males se ha añadido una grave y molesta enfermedad, de la cual, a menos que la misericordia de Dios me libere a través de vos, es necesario que enfrente un peligro inminente para mi vida. Sin embargo, porque Dios es piadoso y misericordioso, y cumplirá la voluntad de quienes le temen, os pido que, por vuestras oraciones, pueda escapar de todos estos males tanto en cuerpo como en alma, y que, al ser levantado de mí el yugo de la dominación de mis enemigos —pues su yugo pesa mucho sobre mí—, Él me conceda alguna parte de la multitud de sus misericordias.

¿Acaso me ha reservado también a mí una bendición? Os suplico que me bendigáis también. Asimismo, pido a vuestra santidad —si es que me atrevo a pedirlo— que me instruyáis sobre el futuro estado de mi vida. Pero, todo esto lo he osado preguntar a vos por la presunción de que todos estos asuntos son posibles para vos a través de Cristo, quien habita en vos, como la célebre fama ha proclamado. ¡Adiós, señora! Que Dios me haga digno de vuestra respuesta y de la ayuda de vuestras oraciones. Tanto en vida como en muerte, me encomiendo a vuestras santas oraciones.