Epístola 216: R216: Hildegard von Rupertsberg a Sacerdote S. von Otterburg

Respuesta de Hildegarda:

Tu mente, como un ave, vuela y circunda, y dispone y divide cada causa hacia la que se dirige. Pues tu comienzo fue consagrado, porque la gracia de Dios te ha imbuido de tal manera que puedes captar virtudes y muchos otros bienes. Sin embargo, algunos son ventosos, y obtienen comprensión de la verdor, la humedad de la tierra, del aire y de las aguas a través de la sensualidad. Pero Dios, como le agradó, dijo "hágase", en lo cual toda criatura se manifestó en su género, como está escrito: "Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: que el poder pertenece a Dios y que a ti, Señor, pertenece la misericordia, porque tú pagas a cada uno conforme a sus obras." Pues Dios creó todo por su mandato, y lo hizo una vez cuando dijo "hágase", y en ello comprendió estas dos cosas: primero, que fue un gran poder que Dios le dio al hombre la ley; y segundo, que aquel que domina sobre todos es misericordioso, porque a través de su encarnación devuelve lo que debe ser devuelto, ya que perdona los pecados a quienes los ven y los reconocen por medio de la penitencia. Pero a quien no quiere ni ver ni reconocerlos, lo expulsa y lo envía a la justa retribución de sus obras. Pues Dios abatió al primer ángel que se exaltó injustamente en el abismo de la miseria, y también envió al primer hombre, debido a la necedad de su vana gloria, al cautiverio de este mundo. Pues Dios no deja vacía ninguna de sus obras. El primer ángel tenía gran conocimiento y sabiduría, pero debido a su gran malicia, no quiso rendir honor a su Señor y cayó, y así quedó. Pero el hombre cayó por el gusto del alimento, por lo cual el Hijo de Dios se ofreció como sacrificio por su pecado. De este modo, el hombre, cuando recuerda con pesar que ha pecado mucho por el conocimiento del bien y del mal, suspirando hacia Dios, renace en Dios a través de la penitencia. Tú, hijo mío, aprende día y noche para que vivas eternamente.