Epístola 76: R76: Hildegard von Rupertsberg a Helenger von Disibodenberg

Respuesta de Hildegarda.

En una visión espiritual que proviene de Dios, escuché estas palabras: Es muy necesario para el hombre que desea encontrar su alma en sus deseos, que pierda las malas obras de la carne y tenga el conocimiento bendito de cómo vivir, de modo que su alma sea señora y su carne sirvienta, según dice el salmista: "Bienaventurado el hombre a quien tú, Señor, corriges y le enseñas de tu ley." ¿Y quién es este hombre? A saber, aquel que tiene su cuerpo como sirvienta y su alma como su señora más amada. Pues incluso aquel que es feroz en la impiedad como un oso y rechaza esa ferocidad anhelando al sol de justicia, quien es piadoso y clemente, agrada a Dios, de modo que lo coloca sobre sus preceptos, poniendo una vara de hierro en sus manos para instruir a sus ovejas en el monte de la mirra.

Ahora escucha y aprende para que te avergüences en el deseo de tu alma sobre esto, porque a veces tienes los hábitos de un oso que murmura en secreto en sí mismo, y otras veces los hábitos de un asno, porque no eres previsor en tus asuntos sino tedioso, e incluso en otras cosas eres inútil. Por eso, la malicia del oso a veces no la llevas a cabo en la impiedad. A veces también tienes los hábitos de algunas aves que no están ni en lo alto ni en lo bajo, de modo que las de arriba las vencen y las de abajo no las pueden dañar. A estos hábitos, el noble padre responde: "He he, no quería esta alternancia de tus hábitos, para que tu mente murmurara sobre mi justicia, así que no buscas una respuesta correcta sobre ella, sino que escondes en ti una especie de murmuración como la del oso."

Sin embargo, cuando tienes buen entendimiento, rezas poco, y de nuevo caes en el tedio y no completas tu oración, sino que haces el camino que a tu cuerpo le gusta, y no lo cortas del todo de ti. Pero a veces tus deseos ascienden a mí en alguna parte que no es completamente santa en la obra, sino que yace solo como en la opinión de la fe. Sin embargo, a veces elegí a tales personas por la alternancia de sus hábitos para escuchar el sonido de su entendimiento y lo que consideraban en sí mismos, pero resultaron ser inútiles y cayeron. Ahora, sin embargo, que tu mente no desprecie la obra que Dios ha hecho, porque no sabes cuándo te golpeará con su espada.

Pero yo, pobre de mí, veo en ti un fuego negrísimo encendido contra nosotros, pero olvídalo en buen conocimiento para que la gracia de Dios y su bendición no se alejen de ti en el momento de tu oficio. Ama, pues, la justicia de Dios para que Dios te ame, y cree fielmente en sus maravillas para que recibas las recompensas eternas.