Epístola 281: R281: Helenger von Disibodenberg a Hildegard von Rupertsberg

Helenger, abad de San Disibodo. A Hildegarda.

Helenger, por la gracia de Dios, siervo en el monte de San Disibodo y administrador del rebaño del Señor, aunque indigno, junto con toda la congregación de sus hermanos, saluda a la venerable madre, señora Hildegarda, del monasterio de San Roberto, que ha sido iluminada por el rayo del resplandor divino más allá de la capacidad del entendimiento humano, como muy bien sabemos, y que abunda en los dones del septiforme Espíritu Santo, y que administra como una recompensa divina las copas de ese mismo manantial a los que tienen sed.

Madre amada por Dios todopoderoso, hemos sabido que recientemente, por instinto del Espíritu Santo, el Santo Paráclito, y también por su mandato, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, vuestra santidad ha venido a nosotros. A ese mismo Paráclito, aunque no podamos hacerlo de manera digna, le damos gracias incesantemente, porque debemos confesar con verdad que sentimos plenamente entre nosotros y en nosotros el ardor y el toque de su iluminación, mientras todos, por consenso unánime, arrojamos de nosotros todo germen de odio e iniquidad, que ya llevaba años entre nosotros, y nos reunimos plenamente en la unidad de la verdadera caridad, como si fuéramos un solo cuerpo y alma.

Por lo tanto, suplicamos con insistencia el amor de vuestra santidad, que, por la gracia divina del resplandor que se os ha otorgado, mediante el cual se os revelan a vuestros ojos del corazón las cosas ocultas para los demás mortales, nos manifestéis, según vuestra caridad, si realmente hemos alcanzado la verdadera caridad, que es el principio de todos los bienes, o si alguna raíz de disensión aún se oculta entre nosotros. Pero también, en cuanto a otros pecados mayores o menores que hayamos cometido, os pedimos que nos manifestéis, por escrito, cualquier cosa que consideréis contraria a los ojos de la divina majestad.

Además, por consenso unánime, llamamos a la puerta de vuestra caridad, ya sea a tiempo o fuera de tiempo, para que describáis las obras, virtudes y vida de nuestro patrono y vuestro, el beatísimo Disibodo, en cuya casa fuisteis nutrida desde la cuna. Y apelamos íntimamente a los oídos de vuestra piedad y os suplicamos incansablemente con oraciones fervientes, para que, mediante esto, se conserve la memoria de vuestra bienaventuranza en las alabanzas de ese mismo padre nuestro. Que nos reveléis todo lo que Dios os haya revelado sobre él.

Que el Padre omnipotente de la eterna misericordia inflame la mente de vuestra caridad con la luz de su resplandor y que suministre copiosamente a los que desean ardientemente refrescarse en su fuente.